Sin embargo, para la creación de ese nuevo orden hacen falta personas que trabajen para que ello sea posible. No solo médicos o científicos, jueces y abogados que formalicen las nuevas prácticas, que tipifiquen los nuevos delitos, que determinen las penas correspondientes a los mismos; de fuerzas públicas que sean capaces de garantizar las nuevas reglas de “convivencia”. Hoy, en Alemania o España, se habla de la necesidad de aumentar el número de “rastreadores”, que son las personas encargadas de dar seguimiento a la cadena de contagio, hasta encontrar al llamado “paciente cero”, para así poder eliminar los nuevos brotes del virus hasta antes de la llamada transmisión comunitaria.
Pero entre la utopía y la distopía hay pocas diferencias que no sean simplemente de sentido. ¿Quién y bajo qué criterios diseñaran este nuevo mundo feliz? ¿La nueva normalidad será más libre, democrática, justa e igualitaria? Para muchos, cualquier proyecto de naturaleza utópica deberá considerar esos aspectos, o no ser. ¿La Nueva Normalidad será capaz de considerarlo como necesidad intrínseca de la condición humana y como piedra de toque de cualquier proyecto que busque la instauración de un nuevo orden?