“En unos pocos años -quiero decir en nuestras propias vidas- podemos ejecutar todas las operaciones de la agricultura, minería y manufacturas con la cuarta parte del esfuerzo humano al que estamos acostumbrados… Anticipo que el nivel de vida en las naciones progresivas, dentro de un siglo, será entre cuatro y ochos veces más alto que el de hoy… Sin embargo, no hay país ni persona, creo yo, que pueda mirar hacia la era del ocio y de la abundancia sin temor. Porque hemos sido preparados demasiado tiempo para luchar y no para disfrutar…Turnos de tres horas o semana de quince horas puede eliminar el problema durante mucho tiempo. Porque tres horas al día es bastante para satisfacer al viejo Adán que hay dentro de la mayoría de nosotros… Cuando la acumulación de riqueza ya no sea de gran importancia social, habrá grandes cambios en los preceptos morales… El amor al dinero como posesión -a diferencia del amor al dinero como un medio para gozar de las realidades de la vida- será reconocido por lo que es, una morbidez algo odiosa, una de esas propensiones semidelictivas, semipatológicas, que uno entrega con un encogimiento de hombros a los especialistas en enfermedades mentales”.

Ahora que en buena parte del mundo, y particularmente en México se discute acerca de la viabilidad económica y social de una jornada laboral justa para los seres humanos, me pareció pertinente retomar lo que mencionaba de forma por demás optimista sobre el futuro económico y social de la humanidad, el famoso e influyente economista británico John M. Keynes en el ya lejano 1930, en un ensayo titulado Las posibilidades económicas de nuestros nietos, que volvió a la fama hace algunos años gracias a una ilustre publicación  de David Graeber titulada “On the phenomenon of bullshit jobs”. Entre otras cosas, Keynes vaticinaba que para el 2028, principalmente gracias a un aumento en el desarrollo tecnológico, el nivel de vida de los humanos, en términos de bienestar, sería entre cuatro y ocho veces más alto que lo que ocurría en ese momento. Incluso se atrevió a pronosticar, que mientras el mundo se mantuviera alejado de ciertas eventualidades, como las guerras, las personas de países con el desarrollo suficiente, podrían aspirar a jornadas laborales de 15 horas a la semana.

“Incluso se atrevió a pronosticar, que mientras el mundo se mantuviera alejado de ciertas eventualidades, como las guerras, las personas de países con el desarrollo suficiente, podrían aspirar a jornadas laborales de 15 horas a la semana”

Bueno, resulta que ya casi llegamos al 2028 y no solo no se vislumbra de forma clara las posibilidades económicas de nuestros nietos, sino que tampoco se asoma la posibilidad de reducir las largas jornadas laborales que existen en algunos países, como en México, y que suelen confundirse con la productividad.

Como bien decía Graeber en su ensayo, hoy en día hay muchas razones para creer que esta sería una posibilidad real, sobre todo porque el avance tecnológico que actualmente existe, incluso en países que no son considerados de gran desarrollo,  es capaz de permitirnos trabajar menos horas diarias. Pero en lugar de eso, parece que la tecnología ha sido dirigida, en el mejor de los casos, para encontrar formas de hacernos trabajar más, quizá, entre otras cosas, como el propio Graeber menciona, a patir de crear un sin fin de trabajos inùtiles o de mierda, con todo el daño moral y emocional que ello conlleva para las personas. 

Graeber menciona que la explicación más común para que la “utopía” de Keynes siga sin materializarse, es que no contempló la aparición del consumismo, como resultado de la enajenación y alienación del capitalismo. Pero curiosamente, los empleos relacionados con la producción y distribución no han aumentado tanto -porque efectivamente, como se predijo, la tecnología ha permitido la automatización de muchos de estos procesos- como sí lo han hecho los trabajos directivos, administrativos, comerciales, de servicios o los relacionados con las nuevas industrias secundarias, como el cuidado de mascotas, o los envíos de comida nocturnos, que deben su existencia, precisamente a que pasamos la mayor parte del tiempo trabajando.

Lo absurdo, decía Graeber, es que eso de inventarse empleos era algo esperado en los modelos estatales ajenos al capitalismo, como en la antigua Unión Soviética, donde el trabajo era considerado casi como un deber sagrado, y por lo tanto se inventaban todos los trabajos necesarios para que todo el mundo trabajara en lo que fuera, así se tratara de empleos sin ningún sentido. Pero en un mundo capitalista, dominado por premisas como la competencia del mercado, la eficiencia y todas esas cosas que aparentemente harían todo lo necesario para no pagar por empleados innecesarios, resulta extraño que suceda.  Quizá, continuaba Greaber, las razones de mantener este estilo de vida, eran parte de un modelo de control capitalista, que al darle un valor moral superlativo al trabajo, buscaba someternos a una disciplina laboral, que nos hace creer que el tiempo libre es algo verdaderamente inmoral. 

“Quizá, continuaba Graeber, las razones de mantener este estilo de vida, eran parte de un modelo de control capitalista, que al darle un valor moral superlativo al trabajo, buscaba someternos a una disciplina laboral, que nos hace creer que el tiempo libre es algo verdaderamente inmoral”

Por las razones que sea,  y sin entrar en el fangoso terreno de los trabajos innecesarios, porque ciertamente es difícil encontrar una justa medida de la medición del valor social de algunos empleos, el hecho es que la eventual reducción de las horas laborales, en lo que sea que uno haga, que le permitiría a las personas tener suficiente tiempo libre para dedicarse a proyectos alternativos, creativos, o hobbies, en suma, a fomentar un auténtico estado de bienestar, simplemente no ha llegado. Por el contrario, no es poco común encontrar cada vez más gente que permanece en sus centros de trabajo largas jornadas, aunque ciertamente y paradójicamente, esto tampoco significa que estén todo el tiempo en un sentido estricto, trabajando o siendo “productivos”.

Es innegable que las condiciones de vida de la actualidad son mejores que hace cien años, al menos en términos generales, pero tampoco es como para echar las campanas al vuelo, ya que estas mejoras en las condiciones de vida solo alcanzan a un porcentaje muy pequeño de la población mundial. En México, con todo y los importantes avances en materia económica y social vividos en los años recientes, todavía hay más de 46 millones de personas que viven en situación de pobreza, más de 37 millones en pobreza moderada, y poco más de 9 millones de personas se encuentran viviendo en pobreza extrema, y seguramente, la mayoría de estas personas no son ningunos “flojos”; muchas de ellas pasan mínimo entre doce y catorce horas diarias en actividades relacionadas con su empleo, lo que deja prácticamente nula la capacidad de realizar otro tipo de actividades durante el día, ya sean de índole personal o colectivo, como involucrarnos más en asuntos políticos o sociales, o como por ejemplo, que los padres puedan practicar una mejor crianza de las niñas, niños y adolescentes.

De acuerdo al Informe sobre Tecnología e Innovación 2023 de la UNCTAD  (United Nations Conference on Trade and Development), México ocupa el lugar 61 a nivel global en el índice de Preparación de los Países para las Tecnologías de Frontera (IPTF), entre las que se encuentran la IA, la nanotecnología, los drones, la robótica, la edición genética, el internet de las cosas, las redes 5G y la impresión en 3D. Toda esta tecnología, determinante en el progreso futuro de las naciones y quizá en la reducción de nuestras jornadas laborales, ya está diseminada en buena parte de la población, prometiendo grandes beneficios en el corto plazo, pero para ello, debemos implementar polìticas que nos permitan ser productivos y eficientes, sin sacrificar nuestro bienestar. Deberíamos quitarnos la narrativa capitalista de medir nuestro desempeño laboral a partir del tiempo que pasamos en nuestros centros de trabajo, explotados laboralmente hasta el último aliento, como si estuviéramos en pleno feudalismo.

“DebERÍAMOs quitarnos la narrativa capitalista de medir nuestro desempeño laboral a partir del tiempo que pasamos en nuestros centros de trabajo, explotados LABORALMENTE hasta el último aliento, como si estuviéramos en pleno feudalismo”

Por supuesto esto no es tan fácil, porque tampoco podemos negar que nos guste o no, somos parte de algo más que un “simple” sistema económico global, basado en la propiedad privada, el intercambio de mercado, el trabajo asalariado y la producción con fines de lucro. El capitalismo, como menciona Nancy Fraser, “es un orden social que faculta a una economía impulsada por las ganancias para aprovechar los soportes extraeconómicos que necesita para funcionar. Estos apoyos están constituídos por riqueza expropiada de la naturaleza y de los pueblos sometidos…”, lo que permite el establecimiento de las principales dimensiones del capitalismo; su racismo estructural; el aprovechamiento e invisibilización de la reproducción social, que cada vez tiene más erosionadas sus condiciones de sostenimiento; su apropiación de la naturaleza  a partir del saqueo y la degradación del medio ambiente, y la creciente tendencia del autoritarismo de los regímenes políticos alrededor del mundo.

Nada es suficiente, para quién lo suficiente es poco, decía Epicuro. ¿Cuánto tiempo debemos trabajar para ser productivos? ¿Se puede producir más trabajando menos como vaticinaba Keynes? ¿Existe una correlación entre pasar más tiempo en el trabajo y aumentar la productividad? ¿Cuál es la utilidad de la riqueza, «cuánto dinero necesitamos para llevar una buena vida»? ¿Cuál es nuestro propósito en la vida y qué lugar ocupa el dinero en ella? ¿Se trata de un medio o un fin? Por supuesto, no se trata de hacer apología del no trabajo, sino de encontrar el punto medio entre la productividad necesaria y el tiempo libre que requieren los humanos para hacer algo más de su vida, que no sea sólo trabajar.

“Por supuesto, no se trata de hacer apología del no trabajo, sino de encontrar el punto medio entre la productividad necesaria y el tiempo libre que requieren los humanos para hacer algo más de su vida, que no sea sólo trabajar”

De acuerdo al más reciente informe de la OCDE, que analizó la carga horaria en los países que la integran,  la media de horas que una persona trabaja al año, es de 1.632. En este sentido, es en los países considerados más desarrollados e innovadores como Dinamarca,  Noruega, Austria, Suecia, Alemania o Países Bajos, donde se trabaja menos horas al año, y donde coincidentemente hay mayores niveles de productividad. En el extremo opuesto se encuentra México, con un promedio de 2,207 horas trabajadas al año, seguido de Costa Rica con 2,170 horas, Chile con 1,953 horas y Grecia con 1,880 horas. Es decir, que en México se trabaja en promedio, 26% más que el promedio de lo que se trabaja en las economías que integran la organización, lo que significa que los trabajadores mexicanos laboran alrededor de 500 horas más al año, que el promedio en los países de la OCDE, lo cual, tampoco parece tener una relación con un aumento en la productividad, sino todo lo contrario.

La propia OCDE denomina “pobreza de tiempo”, cuando un trabajador destina muy pocas horas del día para actividades de ocio, recreación, recuperación física y mental, y cuidado personal, como sucede en México, donde un trabajador suele destinar en promedio 13.5 horas del día a actividades fuera de su ámbito laboral, entre otras, a comer y a dormir, y eso sin contar los excesivos tiempos de traslado al trabajo que existen en megaurbes como la Ciudad de México. Con estos datos, no es de extrañar que cada vez un mayor número de personas presenten cuadros elevados de ansiedad y depresión, que podrían estar relacionados con la falta de descanso y las condiciones generales de trabajo, que evidentemente también generan baja productividad por el agotamiento físico y mental de los cuerpos. Así que si los patrones quieren más productividad, y más dinero para sus bolsillos, ya de por sí, en muchos casos, demasiado llenos, más que pedir que sus empleados se pongan la camiseta, y se esfuercen aún más, deberían pensar en tener trabajadores bien pagados, capacitados y más descansados, lo que seguramente generaría un mayor y más genuino compromiso con los intereses de la empresa.

“Con estos datos, no es de extrañar que cada vez un mayor número de personas presenten cuadros elevados de ansiedad y depresión, que podrían estar relacionados con la falta de descanso y las condiciones generales de trabajo, que evidentemente también generan baja productividad por el agotamiento físico y mental de los cuerpos”

Otro aspecto a tomar en cuenta, derivado de esta escasez de tiempo libre que viven la mayoría de las personas, es el tema de las ausencias en la crianza de niños, niñas y adolescentes, que a veces se confunde con mantener económicamente un hogar, particularmente en esta época de turbulenta información. La crianza, no se trata únicamente de “soltarle” un dispositivo electrónico a los niños para que se distraigan, sin controlar y compartir realmente lo que hacen, piensan y sienten, pero, ¿cómo se puede criar realmente, si ni siquiera hay tiempo para atender las necesidades básicas de uno mismo? Quizá, esta dinámica perversa de vivir para trabajar, también sea en buena parte responsable de estar criando individuos totalmente asociales, sin empatía, sin generosidad, y sobre todo, sin ningún sentido de justicia social y cooperación.

Debemos insistir en que todos los gobiernos -todos, pero principalmente aquellos que se asumen de izquierda- y el sector privado se pongan a trabajar seriamente para construir un mejor contexto laboral, que sin pretender construir un estadio que supere todos los males emanados del capitalismo, permita mantener e incluso incrementar la productividad, bajo el entendido de que incluso el crecimiento económico y el enriquecimiento material tiene límites.

Finalmente, no debemos olvidar que la tecnología no puede convertirse en una herramienta que despoje del trabajo a los humanos, ni tampoco en algo que nos mantenga más tiempo ocupados que antes. La tecnología debe servir para que nuestro trabajo sea cada vez más productivo, pero menos cuantioso en horas laborales, con lo que garanticemos la construcción de un auténtico estado de bienestar individual y social de nosotros y porqué no, también de nuestros nietos.

“La tecnología debe servir para que nuestro trabajo sea cada vez más productivo, pero menos cuantioso en horas laborales, con lo que garanticemos la construcción de un auténtico estado de bienestar individual y social de nosotros y porqué no, también de nuestros nietos”

Referencias

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