Fue una semana después de la ‘marcha de las mujeres’ en enero de 2017 cuando fui a ver Manchester junto al mar (Manchester by the Sea). Al final de la película, mi optimismo que había sido alimentado por la marcha fue reemplazado por una sensación de fatalidad. En caso de que no la hayan visto, e incluso si la han visto, concédanme un momento para describir la película que yo vi:
Lee Chandler, un hombre blanco heterosexual y emocionalmente impotente, cuyos pasados actos de borrachera y drogas condujeron a la trágica muerte de sus dos hijas pequeñas, debe regresar a su ciudad natal después de la muerte de su hermano, quedando así como el único tutor de su sobrino adolescente, Patrick. Mientras está allí, Lee reflexiona mucho, molesta aún más a su traumatizada ex esposa (con quien cruelmente se niega a entablar una conversación), inicia una pelea sin sentido en un bar, facilita el trato irrespetuoso de su sobrino hacia sus dos novias que no se concen y refuerza el sentido de privilegio del niño al darle casi todo lo que quiere (asegurando así que él también crezca y se convierta en un cerdo sexista y egoísta). Chandler finalmente abandona la ciudad una vez más, aún incapaz de confrontar su propio mal comportamiento, y mucho menos asumir responsabilidad alguna por este, ya sea del pasado o del presente.
“Asegurando así que él también crezca y se convierta en un cerdo sexista y egoísta”.
Por supuesto, la mayoría de las reseñas de los críticos pintan una imagen muy diferente, elogiando la inquietante, eh, «actuación matizada» de Casey Affleck, elogiando el «realismo» de la película, exaltando su descripción «sensible» del dolor y hablando efusivamente de la profunda simpatía que sienten con el lamentable protagonista porque claramente se siente culpable por sus malos actos anteriores.
¡Qué asco!
Lo único que podía pensar mientras leía dichas reseñas era: «Vaya, si un personaje femenino matara a sus hijos porque una noche estaba bebiendo y drogándose descuidadamente, ¿la perdonaríamos rápidamente siempre y cuando se sintiera ‘destrozada’? ¿Y si hubiera sido un hombre negro? ¿O un pobre, gordo y calvo, que llevara una camisa blanca sin mangas y unos vaqueros que no le quedasen bien?”
«Vaya, si un personaje femenino matara a sus hijos porque una noche estaba bebiendo y drogándose descuidadamente, ¿la perdonaríamos rápidamente siempre y cuando se sintiera ‘destrozada’?”
Mi conclusión: creo que no.
Y seré la primera en admitirlo: eso estaría mal. Un personaje de ficción o una persona (posiblemente incluso el propio Casey Affleck) puede cometer un error atroz y aun así merecer el perdón. La advertencia es que él o ella debe hacer algo, es decir, hacer un esfuerzo real y genuino para ganarse ese perdón, incluso si es difícil. Incluso si duele… mejor dicho, a menos que sea heterosexual, blanco, de clase media y Casey Affleck, en cuyo caso, olvídate de las enmiendas. Por supuesto, déjemoslo que siga siendo un imbécil con todos aquellos a quienes ha lastimado y, bueno, mientras lo hace, ¿por qué no convertir a su sobrino en uno también? Bueno, eso es lo que Manchester quiere hacernos creer.
Durante más de dos horas debemos soportar la prolongada fiesta de lástima de Chandler, completada con una empalagosa partitura orquestal para recordarnos su perpetua agitación interna: «¡¡¡Oh, Mundo Cruel, me estás destrozando!!!». Sin embargo, ¿qué hace para ganarse nuestra simpatía? ¿Qué hace para aportar algún tipo de reparación? ¿Castigarse a sí mismo al adoptar un estilo de vida monástico autoimpuesto y asumiendo un puesto de conserje supuestamente “por debajo de él”? ¿Para qué sirve eso más allá de ofrecerle una sensación equivocada de martirio? Ah, claro, lo olvidé, no importa. El mundo gira únicamente en torno a sus necesidades.
Llámenme pedestre si quieren, supongan que soy incapaz de reconocer las capas de sensibilidad de la alucinante actuación de Affleck y la escritura brillante y perspicaz de Lonergan, pero todo lo que vi fue otra historia triste sobre otro lloriqueador (manbaby) blanco privilegiado que se identifica como una víctima y, por lo tanto, asume que el mundo le debe… ¿qué? ¿El mundo entero tal vez? O por lo menos un Oscar.
“Llámenme pedestre si quieren… pero todo lo que vi fue otra historia triste sobre otro lloriqueador (manbaby) blanco privilegiado que se identifica como una víctima y, por lo tanto, asume que el mundo le debe… ¿qué?”
Probablemente sueno enojada y no lo negaré. De todas las reseñas que leí (la mayoría, inevitablemente, escritas por hombres), poco o nada se mencionaba sobre el género. Es bastante malo que esta película no supere los estándares absurdamente bajos del Test de Bechdel, pero es mucho peor que encarne la forma más generalizada de sexismo que invade a la industria cinematográfica actual: Manchester perdona, si no es que engrandece, el mal comportamiento masculino mientras relega a sus personajes femeninos a los limitados roles patriarcales de llorar, cuidar y brindar sexo. ¿Y con qué fin? Presumiblemente para que podamos sentir lástima por el pobre protagonista.
“Manchester perdona, si no es que engrandece, el mal comportamiento masculino mientras relega a sus personajes femeninos a los limitados roles patriarcales de llorar, cuidar y brindar sexo”.
Bueno, ¡buaaah, Lee Chandlers del mundo! Crezcan y asuman alguna responsabilidad en el mismo modo en el que la sociedad insiste en que el resto de nosotros lo hagamos.
Por otro lado, felicitaciones a Mike White y Ben Stiller por Brad’s Status, película también llena de una dosis nauseabunda de quejas de un hombre blanco privilegiado, pero combinada con una ayuda redentora contextual al final del segundo acto por medio de un personaje femenino que en realidad se lo echa en cara. Imagínate, incluso pasa la prueba de Bechdel: ¿coincidencia o simple lógica? Tú sé el juez o la jueza.
[1] El título de este texto en inglés contiene un juego de palabras al transcribir el nombre de la película Manchester by the Sea como Manbabies by the Sea, aludiendo con ello a la constante autoconmiseración del protagonista y su completa falta de acciones reparadoras o redentoras a la luz de su privilegio [N. de la traducción].
Link from even Casey Affleck
(link from another sob story…)
Ex bailarina convertida en cineasta, autora de ficción publicada y académica de cine a tiempo parcial, Devi Snively es una orgullosa ex-alumna del Taller de Dirección para Mujeres del Instituto Americano de Cine (AFI) y participante invitada al programa inaugural del Puente de Estudios AFI/Fox en 2017. Sus guiones se han presentado en concursos como la Nicholl Fellowship, Slamdance y PAGE Awards, y sus películas se han proyectado en más de 500 festivales de todo el mundo, obteniendo premios, distribución y elogios de la crítica.