A estas alturas, espero que todos podamos estar de acuerdo en que solo porque una película presenta personajes femeninos que hablan entre sí sobre cualquier cosa que no sea un hombre, no califica automáticamente como afín al feminismo. Lo que realmente necesitamos considerar es el contexto. Entonces, hagamos precisamente eso. Y hagámoslo con Damas en Guerra (Bridesmaids).

Damas en Guerra es una película de más de dos horas escrita por mujeres y protagonizada por un elenco femenino que ha hecho temblar a más de una feminista.

Damas en Guerra es una película de más de dos horas escrita por mujeres y protagonizada por un elenco femenino que ha hecho temblar a más de una feminista. Si estás confundido en cuanto a por qué (e incluso si no lo estás), recomiendo leer la conmovedora reseña de Michelle Dean «Damas en Guerra: ¿Estoy haciendo mal el ser mujer?» en theawl.com

Sin embargo, hay otras feministas que afirman que, a pesar de que Damas en Guerra es otra película dirigida a un público femenino sobre mujeres desesperadas por casarse, es una entrada rara en el cine convencional contemporáneo en la que las mujeres son las perpetradoras de la comedia y, por esa razón, Marybeth Williams en salon.com, la llama nuestra «primera presidenta de color de comedias dirigidas por mujeres». Zoe Williams en The Guardian va tan lejos como para aseverar: “Ellos (es decir, el conjunto encabezado por Apatow) podrían hacer una película que se inclinara  a favor de la mutilación genital femenina y, aún así, si las mujeres tuvieran líneas como [en Damas en Guerra], sería más feminista que Thelma y Louise”.

¡Ay!.

Sinceramente espero que Apatow no produzca una comedia sobre la mutilación genital femenina.

Para que conste, sinceramente espero que Apatow no produzca una comedia sobre la mutilación genital femenina, pero quizás lo más escalofriante sea el hecho de que las autoproclamadas feministas comprometan tan voluntariamente principios fundamentales a cambio de la oportunidad de provocar algunas risas. Y, para el caso, no todas vemos el humor pretendidamente implicado. Un ejemplo de una de esas instancias se puede encontrar en la secuencia de apertura de Damas en Guerra:

En ella, la protagonista, Annie (interpretada por la coguionista Kristin Wiig) tiene sexo con un amante absurdamente egoísta. Él grita demandas como «toma mis bolas», pero rechaza repetidamente las solicitudes más simples de Annie, a menudo dándose placer a costa de ella. El sexo no solo no es placentero para ella, a juzgar por su expresión y el torpe movimiento de sus extremidades, sino que parece francamente doloroso.

Ella pasa la noche en su cama y, a pesar de su total desprecio por complacerla, se esfuerza por despertarse antes que él para volver a maquillarse.

Sin embargo, ella pasa la noche en su cama y, a pesar de su total desprecio por complacerla, se esfuerza por despertarse antes que él para volver a maquillarse. A continuación, ella finge dormir hasta que él se despierta y la encuentra con un aspecto radiantemente fresco, sin lograr provocar en él cambio alguno. Tienen una conversación lo suficientemente larga para revelar que es la primera vez que ella pernocta a su lado porque está «en contra de las reglas» (entiéndase, las reglas de él), y aunque ella claramente busca una relación, él quiere mantener las cosas en el plano casual. Por lo mismo, ella intenta seducirlo nuevamente, pero incluso ese plan fracasa. Él le dice: “Esto es muy incómodo. Quiero que te vayas, pero no quiero sonar como un patán.”

De acuerdo con el director Paul Feig (durante una sesión de preguntas y respuestas a la que asistí), un corte anterior de esta escena ponía a Annie en circunstancias aún más denigrantes. Como era de esperar, la audiencia de prueba, las mujeres en particular, reaccionaron mal y se preguntaron por qué una mujer se haría eso a sí misma. Así que aminoraron la escala de la humillación de Annie.

Ahora bien, no estoy aquí para debatir el mérito cómico de la escena resultante (aunque yo misma la encontré completamente sin gracia); en cambio, donde creo que falla es en su ausencia de contexto. Esta escena es nuestra introducción a la protagonista, un personaje con el que deberemos simpatizar, si no empatizar, por las próximas 2 horas o más. Y por “nosotros” me refiero a las mujeres, el público objetivo principal. Sin embargo, desde el primer momento, Annie demuestra que no se respeta a sí misma. Y sin saber nada más sobre ella antes de esta escena, nosotras, las espectadoras, tampoco tenemos motivos para respetarla.

Por otro lado, vemos un escenario similar en la serie encantadoramente feminista de Amy Sherman-Palladino, The Marvelous Mrs. Maisel, aunque, sabiamente, no ocurre en nuestra presentación inicial a la heroína Miriam. En primera instancia, somos testigos de una increíble variedad de sus impresionantes rasgos de carácter, durante los cuales se gana no solo nuestra empatía sino también nuestra admiración y respeto. Y ella nos hace reír. Es solo después de esta introducción (que ocurre en solo unos minutos) que descubrimos que esta mujer maravilla aparentemente perfecta engaña a su esposo todas las noches al salir de la cama, una vez que él está dormido, para aplicarse crema fría en la cara y rizadores en su cabello. Luego, al llegar la mañana, ella usa una táctica ingeniosa para despertarse antes que él para poder eliminar la evidencia, aplicar maquillaje nuevo y fingir estar dormida hasta que él deba «despertarla», encontrándola tan fresca y perfecta como siempre. En un episodio posterior, somos testigos de cómo la madre de Miriam hace lo mismo con su esposo, ofreciendo así un contexto adicional y un subtexto: el paso de la antorcha patriarcal de madre a hija. Eso sí que es divertido (¡y también invita a la reflexión!).

Así que comparemos y contrastemos:

Annie, de Damas en Guerra, usa el truco del maquillaje en beneficio de un hombre que la trata sin ningún toque de respeto, perpetuando así el mito de que ella está allí únicamente para su placer y conveniencia, y, por lo tanto, dispensa aún más a los Harvey Weinstein del mundo.

Por el contrario, Miriam Maisel usa el truco del maquillaje para revelar la primera grieta en su armadura aparentemente impenetrable. Nos revela que ella no es el epítome de la perfección tal como lo parece a primera vista. Es una ilusión que se desmorona ante nuestros ojos, reforzando así el mensaje de que esta no es forma de vivir.

En resumen, somos testigos de exactamente el mismo gag en ambas historias, pero, a diferencia del primero, el último ejemplo tiene la enorme ventaja del contexto. Qué pena. Damas de Honor podría haberse beneficiado de lo mismo. Si hubiéramos conocido a Annie antes de la escena de apertura elegida, digamos durante su lucha por mantener su fallido negocio de panadería a flote, podríamos estar más dispuestos a perdonar su autoestima herida y su posterior fallo de juicio en el dormitorio. Pero como es la primera vez que la conocemos, este comportamiento antifeminista llega a definirla. Ella provoca culpa en lugar de comprensión, incluso antes de que la conozcamos.

No tengo ninguna duda de que habrá quienes respondan: “Relájate, Devi, es solo una comedia”. Pero ahí está el peligro.

Por desgracia, las comedias y las películas dirigidas a mujeres son especialmente propensas a esta falta de contexto, en parte porque se consideran géneros desechables que no deben tomarse en serio. No tengo ninguna duda de que habrá quienes respondan: “Relájate, Devi, es solo una comedia”. Pero ahí está el peligro. Las comedias atraen audiencias amplias, y debido a que las personas piensan que son inofensivas, dichas audiencias a menudo las aceptan sin reflexionar mucho, o nada, sobre ellas. Cuando eso sucede, nos acostumbramos al mal comportamiento. Luego dejamos que se normalice. Y entonces nos convertimos en parte del problema.

Pero no tenemos que hacerlo. De hecho, próximamente, discutiremos algunas formas de ser parte de la solución. En la siguiente entrega, sin embargo, presentaré una película muy feminista que NO pasa el Bechdel…

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