Quizá salvo para las bacterias, una de las mayores riquezas de los seres vivos es el potencial de variabilidad biológica que produce diversidad al interior y fuera de las especies, que incluso beneficia a esas partículas microscópicas encapsuladas en vesículas proteicas compuestas únicamente de fragmentos del código genético (ADN o ARN) a las que llamamos virus, uno de los cuales por cierto, mantiene actualmente en jaque a la humanidad entera, no solo en el ámbito biomédico, sino también en aspectos sociales y mentales. Este potencial de variabilidad biológica es el motor del cambio evolutivo en todos los seres vivos (y cómo podemos ver, también en algunos no vivos), que aunado a la diversidad social y cultural de nuestra especie, permite, por ejemplo que las poblaciones humanas, y los distintos individuos en las poblaciones, no sufran de igual forma los embates de agentes virales, como el SARS-CoV-2.
Como parte de un archipiélago a casi mil kilómetros de la costa de Ecuador, Isla Baltra es una de las 19 islas que en su conjunto forman parte de las famosas Islas Galápagos, un museo viviente del mundo natural, un auténtico escaparate de la evolución biológica, que debe principalmente su fama a la llegada en 1835 del célebre naturalista inglés Charles Darwin, a bordo del HMS Beagle.
A lo largo de su viaje de casi cinco años por Sudamérica, Darwin elaboró un importante registro de los especímenes que encontró durante su travesía marítima, el cual, apenas arribó al puerto de Falmouth, en la costa sur de Inglaterra, remitió con algunos especialistas de esa época, para que le ayudaran a clasificarlos, entre ellos el famoso ornitólogo John Gould, quién finalmente constató, particularmente al analizar un tipo de aves llamados pinzones, que lo que para Darwin en principio eran algunos especímenes con ligeras diferencias morfológicas, en realidad se trataba de nuevas especies, que habían evolucionado a partir de ocupar distintos nichos en cada una de las islas de las galápagos, tan solo debido al aislamiento geográfico y a los distintos ecosistemas independientes que cada isla poseía.
Estas observaciones sobre las variaciones entre los organismos que habitaban las diferentes islas, permitió en Darwin el desarrollo de la teoría de la evolución por selección natural, que más de dos décadas después de su travesía por Sudamérica, quedaron plasmadas en “El origen de las especies”.
La diversidad social y cultural de nuestra especie, permite, por ejemplo que las poblaciones humanas, y los distintos individuos en las poblaciones, no sufran de igual forma los embates de agentes virales, como el SARS-CoV-2.
Este celebre escenario evolutivo, de variabilidad y diversidad biológica, es el marco de referencia para el desarrollo de una propuesta innovadora de uno de los bares cocteleros en la colonia Condesa, por si fuera poco, uno de los sitios con mayor arquitectura art decó en el mundo, y uno de los enclaves multiculturales de mayor trascendencia para la vida social y cultural de la ciudad de México. Baltra Bar es un espacio pequeño, relajado, con luz tenue y detalles decimonónicos, cráneos de animales y colecciones de insectos, que nos transportan al mundo victoriano, cuna de la famosa expedición del capitán Robert FitzRoy a bordo del HMS Beagle, de la cual deriva la leyenda de Darwin.
Por supuesto Baltra Bar y la famosa colonia que lo contiene, forman parte del actualmente debatible proceso de gentrificación, que no solo se gesta en centros urbanos, sino que también afecta algunas periferias de grandes ciudades, sobre todo aquellas que cuentan con ciertos espacios con valor patrimonial en términos arquitectónicos. Se trata entonces de un proceso en el que un espacio urbano, con algún valor histórico/arquitectónico, que por diversas razones se encuentra deteriorado, es rehabilitado, lo que provoca un aumento en los costos de alquiler y en general en los costos de vida de sus habitantes, producto del elevado nivel de mercantilización al que se ve sometido.
Uno de los problemas derivados, que se argumentan del proceso de gentrificación es el desplazamiento de los habitantes originarios, que eventualmente no pueden costear los altos costos de vivir en una zona inmobiliaria, de alguna forma “internacionalizada”, un contexto que han sabido aprovechar de forma excepcional plataformas digitales como AirBnB. Por supuesto uno de los efectos resultantes de estos procesos es la enorme población “flotante” o no población (esto me recordó un poco los “no lugares” de Augé) que “habita” estos espacios.
No sé si estoy particularmente de acuerdo en criticar la gentrificación per se, porque ciertamente por un lado, se trata del rescate de sitios que de otra forma, probablemente formarían parte de algunos focos rojos en las ciudades. Quizá la solución este más en regular los excesos mercantilistas, que ponerle una connotación perniciosa a algo que no solo genera el desarrollo económico de algunos espacios de las grandes ciudades, sino que además permite la interacción multicultural. Espacios como Baltra, nos permiten entender más sobre la importancia de la variabilidad y la diversidad biológica de las especies, pero sobre todo, nos ayudan a comprender, a respetar y a valorar, lo trascendente que ha sido, es y será para nuestra especie, la interacción multicultural, la diversidad cultural humana.
Baltra Bar es un espacio pequeño, relajado, con luz tenue y detalles decimonónicos, cráneos de animales y colecciones de insectos, que nos transportan al mundo victoriano.
Formado como antropólogo biológico, es doctorante en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde realiza estudios acerca de los procesos que desarrollan la creatividad y la innovación en los humanos, dentro del marco de la educación institucional, bajo la tutoría del profesor Agustín Fuentes. Colabora además para la curaduría de las salas de Introducción a la Antropología y Poblamiento de América, del Museo Nacional de Antropología, y también es common people.