Hace algunos años, le pregunté a Hakim, uno de tantos niños musulmanes que cumplen medidas judiciales en los centros de menores, si practicaba su religión, y él me contestó: “la religión no se practica, se vive”. No es difícil imaginar que esa respuesta me dejó muy sorprendida.

Hakim llegó con siete años al norte de España, sin familia y sin dinero, con la idea de tener una vida mejor que la que sus padres tenían en Marruecos. Mi relación con Hakim me permitía profundizar en su historia: siempre me hablaba de Dios, de Mahoma y del Corán, por lo que la idea de que un joven de 14 años, –a quien yo creía totalmente desarraigado de su familia y de cualquier relación que le pudiera enseñar la doctrina musulmana– tuviera un concepto tan elaborado de su religiosidad, me estuvo dando vueltas en la cabeza.

Lo curioso del tema es que este no era el único caso. Con el paso del tiempo fui conociendo más jóvenes magrebíes1 con la misma idea sobre la religión, y con una profunda espiritualidad. No sabría decir si la disciplina que tienen en cuanto a fe, oración, dieta y muchos etcéteras es tan pronunciada a pesar o gracias a haber cometido algún delito. 

1 El Magreb se corresponde a la franja norte de África, incluyendo Marruecos, Túnez y Argelia.

Fue así como empecé a observar de forma más detallada cuál es la relevancia que el Ramadán tiene en estos jóvenes, ya que no sólo se trata de un mes de ayuno riguroso, desde el alba hasta que se pone el sol, se trata de ayunar físicamente, pero sobre todo, de hacer una purificación del cuerpo, de la mente y del espíritu. 

Los jóvenes en general hablan de que se trata de un mes que les sirve para “ponerse en la piel de los pobres” y para crecer espiritualmente. Uno de los educadores de uno de estos centros de menores dice que es un tiempo dedicado a la reflexión interior, al encuentro y la convivencia familiar. ¿Pero qué pasa cuándo se está lejos de la familia y de todo aquello que es culturalmente cercano?

El Ramadán, un símbolo cultural dominante, cuya naturaleza es unificar a la comunidad musulmana, debería verse más como un proceso anual de purificación física y espiritual. Para estos jóvenes migrantes, es un momento de reivindicación cultural, de mostrarse diferente frente a los demás, y de afianzar así su identidad como musulmanes.

Por supuesto, esta pregunta continúa rondando en mi cabeza desde hace mucho tiempo, por eso he considerado que los centros de menores son un pequeño observatorio en el que se pueden analizar los conflictos que suceden en la sociedad, sobre cuestiones de tipo interracial, cultural y de integración, temas de interés fundamental en el contexto contemporáneo a nivel mundial. Quiero decir que, desde los centros de menores que visito, podría acceder a una “burbuja” de síntomas sociales que hablan de una realidad amplia y compleja.

Uno de estos centros, ubicado en el País Vasco, es en realidad una asociación educativa, sin ánimo de lucro, que se encarga de ayudar a personas en riesgo de exclusión, ya sean víctimas de violencia de género o filioparental, víctimas y victimarios encarcelados, y jóvenes infractores, entre otros. Abrió su primer centro en Bizkaia hace más de 25 años, dedicado a la ayuda y supervisión de jóvenes que tenían que cumplir una medida judicial en internamiento. Hacía poco tiempo se había cerrado el único reformatorio con el que se contaba en el País Vasco (ubicado en Amurrio) por lo que las autoridades se veían obligadas a mandar a los jóvenes fuera de la Comunidad, principalmente a Zaragoza, Valencia, Cataluña, y de esa necesidad surge dicho espacio. 

Uno de estos centros, ubicado en el País Vasco, es en realidad una asociación educativa, sin ánimo de lucro, que se encarga de ayudar a personas en riesgo de exclusión, ya sean víctimas de violencia de género o filioparental, víctimas y victimarios encarcelados, y jóvenes infractores, entre otros.

Ese primer centro, ubicado en Ortuella, rápidamente resultó insuficiente: primero por el número de plazas y luego porque llegaban jóvenes cada vez con más libertades restringidas, puesto que empezaron a formalizarse los juzgados de menores en los que sólo se dictaban medidas de internamiento. Desde entonces, el área de justicia ha crecido y se ha expandido por el territorio, abriendo centros en Álava, Guipuzcoa y Navarra. Los tiempos han cambiado, y con ello algunas leyes. En 1992 se declaró la ilegalidad de una ley de 1948, que había sido heredada del fin de la guerra, y se realizaron cambios provisionales que permitieron ensayar nuevas medidas y actuaciones, como los programas de mediación y reparación extrajudicial, y las medidas de prestación en beneficio de la comunidad. 

Desde entonces hasta la fecha se han ido incorporando mejoras a la Ley Orgánica, en cuanto a los derechos de la infancia y en lo que a la ejecución de medidas se refiere. Así pues, la Ley Orgánica 5/2000 define el carácter de las medidas judiciales y asigna las responsabilidades en su ejecución. Desde mi punto de vista, esta es la característica más importante y la que conlleva un cambio radical, ya que la Ley es la misma para todo el territorio, pero se ejecuta de forma distinta de acuerdo a la Comunidad Autónoma.

En el País Vasco se plantea que los procesos judiciales por los que pasan los jóvenes deban ser “preventivo-especiales”, orientados a la reinserción efectiva.

Por supuesto, mi intención no es hablar sobre el espíritu de la Ley del 2000 ni de sus posteriores modificaciones, pero sí considero importante señalar que, al menos en el País Vasco, se plantea que los procesos judiciales por los que pasan los jóvenes deban ser “preventivo-especiales” orientados a la reinserción efectiva. Lo anterior basado en criterios que se encuentran principalmente en el ámbito educativo y no en el judicial. Esta asociación educativa se encarga, entonces, de acompañar a los jóvenes, que pueden ser menores de edad o no (en los centros están desde los 14 hasta los 21 años) en su proceso de cumplimiento de la medida judicial impuesta por el juez.

Tengo que decir que, como mexicana, estaba profundamente sorprendida con todo esto. Centros en los que cada muchacho tiene su propia habitación, les dan de comer 5 veces al día, les enseñan a ser independientes y autónomos y, mientras están en este proceso, reciben un pago mensual que les permite comprarse tabaco o darse algún capricho… Esto ya era demasiado, pero el súmmum llegó cuando fui plenamente consciente de que aquí se respeta el artículo 16 de la Constitución que dice:

Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades, sin más limitación en sus manifestaciones que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.

Así que, una vez expuesto el contexto, he de retomar el caso de los musulmanes. Al respecto he de decir que en el tiempo que llevo visitando los centros, me he encontrado sobre todo magrebíes (el Magreb se corresponde a la franja norte de África, incluyendo Marruecos, Túnez y Argelia), aunque también han llegado indios y pakistaníes. En estos casos, se respetan los horarios de oración de la comunidad musulmana, la dieta e, incluso, si el educador considera necesario, buscará la ayuda de un Imam2 para dar apoyo espiritual al joven. 

Ahora bien, en cuanto al Ramadán, este mes tan especial para todos los árabes, se les permite practicarlo con total libertad en todos los centros, aunque implique una responsabilidad más para los cuidadores, ya que son ellos los encargados de ayudar a los jóvenes a llevar de manera correcta las normas de esta festividad, cumpliendo además con las reglamentaciones de los centros de internamiento. 

Por ejemplo, se les permite permanecer en la mesa sin comer, o se les permite quedarse si tienen que hacer actividades al aire libre (que por lo general requieren mucho esfuerzo), aunque todo esto no significa que estén de “vacaciones”; si tienen que ir al colegio o a trabajar, ellos tienen que cumplir con las obligaciones del día a día. Recordemos que son chicos a los que se les está preparando para salir al mundo real. Pero, por otra parte, cuando se trata de jóvenes que están en centros de día o en libertad vigilada, me encontré con que, si bien dejan de comer durante el día, respetando los horarios de ayuno, durante la noche se dedican a fumar porros, a irse de fiesta, e incluso algunos se dedican a robar, lo que implica un paso atrás en su proceso, ya que con esos desfases faltan a las entrevistas, al trabajo, al colegio o a sus obligaciones en general.

2Un Imam, es una posición de liderazgo en el islam. El término se utiliza para llamar a la persona que dirige la oración colectiva en una mezquita y en una comunidad musulmana entre los musulmanes suníes.

Otra característica importante del Ramadán es la limosna. Si se trata de ponerse en la piel del pobre, la idea también es ser desprendido y dar lo que se tiene a los más desfavorecidos.

Otra característica importante del Ramadán es la limosna. Si se trata de ponerse en la piel del pobre, la idea también es ser desprendido y dar lo que se tiene a los más desfavorecidos. Lo que me he encontrado es que este precepto no siempre resulta muy agradable; de hecho, más de uno refiere que, aunque es obligación dar limosna, en este caso ellos son más pobres, por lo que me genera la impresión de que no tienen muy claro lo que implica el ser caritativo.

Por supuesto, si durante la adolescencia no está claro lo que significa hacer el Ramadán, cuando estos jóvenes terminan su medida judicial y forman su propia familia, su mala formación podría impactar su futuro inmediato. Uno de los casos que me encontré es el de un niño que llegó de Marruecos con 7 años, huyendo de las palizas que le daba su padre. Después de vivir en hogares de acogida y en centros de menores, cuando pudo dar por finalizado su proceso judicial y formó su propia familia, se convirtió en un padre maltratador, que durante el Ramadán golpeaba menos a su mujer, porque sólo podía hacerlo de noche.

Hasta el momento, he considerado que el desplazamiento es parte del cambio en el significado del Ramadán para las nuevas generaciones, ya que influyen cuestiones como la migración, el idioma o el desarraigo, pues, en su mayoría, se trata de jóvenes que han llegado solos a la península y que no cuentan con familia en este país. 

Finalmente, el Ramadán, un símbolo cultural dominante, cuya naturaleza es unificar a la comunidad musulmana, que debería verse más como un proceso anual de purificación física y espiritual, es para estos jóvenes migrantes un momento de reivindicación cultural, de mostrarse diferente frente a los demás, y de afianzar así su identidad como musulmanes.

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