Ya sea en cuentos o en leyendas, en la fantasía o en la sátira, parece que las brujas y la brujería siguen estando presentes en muchos ámbitos de nuestras vidas. Vista popularmente como sinónimo de maldad, la historia verdadera de las brujas y la “brujería”, lejos de la ficción popular que históricamente las ha acompañado, parecería estar más vinculada a una noción de transgresión.

Algunos datos apuntan que, entre el siglo XV y el siglo XVIII, tan solo en Europa algunas miles de personas fueron perseguidas y acusadas de brujería, y muchas de ellas fueron ejecutadas por dicho “crimen”. La “brujería”, lo que sea que eso les significara en aquel momento, era considerado un delito grave que por ley se castigaba con la pena de muerte en la horca; un castigo que, por ejemplo, se aplicaba a los acusados de asesinato. La quema en la hoguera como pena capital por brujería únicamente se aplicó en Escocia y en la inquisición española.

Principalmente debido a las creencias y la ficción de la época, en la que las mujeres eran vistas como moral y espiritualmente inferiores a los hombres, y por lo tanto se consideraban más débiles y vulnerables ante los agentes demoniacos, la mayoría de los juicios y las ejecuciones se centraron precisamente en ellas. Por supuesto, si bien no hubo una discriminación sistemática basada en temas de género cuando se trataba de acusar a alguien de practicar brujería, sí hay una discrepancia evidente entre las acusaciones formales, los juicios y sobre todo en las condenas femeninas en relación con lo que sucedía con los hombres. En toda Europa, entre el 70% y el 80% de las personas acusadas de brujería eran mujeres. La mayoría de los acusados, enjuiciados y ejecutados eran personas pobres, principalmente mujeres viudas y/o menopáusicas, mujeres que, de alguna u otra forma, parecían transgredir las “normas” morales que en ese momento privilegiaban la condición masculina.

La mayoría de los acusados, enjuiciados y ejecutados eran personas pobres, principalmente mujeres viudas y/o menopáusicas, mujeres que, de alguna u otra forma, parecían transgredir las “normas” morales que en ese momento privilegiaban la condición masculina

Probablemente, el juicio por brujería más conocido fue el ocurrido en el pequeño poblado de Salem, Massachusetts, en 1692, en el que un caso típico de puritanismo y paranoia colectiva de los colonos británicos provocó una serie de querellas absurdas que culminaron en la muerte tormentosa de más de 20 personas acusadas de brujería. Bridget Bishop fue la primera “bruja” en ser llevada a juicio y ejecutada en la horca en Salem. Bishop era una mujer de casi 60 años, dueña de una taberna, y entre algunos otros argumentos absurdos detrás de su acusación de brujería, se cuenta que una persona testificó verla robando huevos de una granja, para después “convertirse en gato”. Se dice que se trataba de una mujer de duro carácter para negociar con hombres, con un profundo sentido crítico hacia los demás, sobre quien pesaban además una serie de señalamientos por chismes y “promiscuidad” en la pequeña villa de Salem.

Al menos en el caso de las “brujas” de Salem, la disparidad en los juicios y las ejecuciones sí parece explicarse por la dureza de las normas de la sociedad puritana de raigambre calvinista que promulgaba una exacerbada rigidez en el cumplimiento de las conductas morales públicas y privadas. Así, comportamientos transgresores, como la autonomía o la agencia, desafiantes de los papeles tradicionalmente asignados para las mujeres, sin duda pudieron haber conspirado para que algunas de ellas fueran enjuiciadas por brujería.

De hecho, ya durante la década de 1650, en Nueva Inglaterra, cuando los cuáqueros  creyendo que cualquiera, sin importar su género, podía enseñar la verdad divina, comenzaron a integrar líderes espirituales femeninas en sus iglesias, los puritanos rechazaron tal inclusión y tildaron a las líderes espirituales femeninas de brujas que necesitaban ser exterminadas, fundamentalmente porque, como sucede en las sociedades patriarcales, pensaban que las mujeres no podían ocupar posiciones de poder y dominio.  Construir la imagen de las brujas bien pudo haber servido para reforzar aspectos relacionados con la desigualdad de género, marginando a las mujeres de actividades y actitudes que se asumían eran exclusivas de los hombres.

Así, comportamientos transgresores, como la autonomía o la agencia, desafiantes de los papeles tradicionalmente asignados para las mujeres, sin duda pudieron haber conspirado para que algunas de ellas fueran enjuiciadas por brujería

Y ya que estamos hablando de brujas, aquelarres y trasgresiones, en el jardín de la otrora Plaza Roma, hoy llamada Río de Janeiro, se encuentra uno de los edificios más emblemáticos de la colonia Roma, en la ciudad de México. Construido en 1908 por el ingeniero británico de nombre R.A. Pigenon, a pedido expreso del presidente Porfirio Díaz para las celebraciones por el centenario de la independencia, el edificio Río de Janeiro fue el primer inmueble departamental de estilo gótico de la ciudad, aunque su interior, debido a algunas remodelaciones, conserva un estilo Art Decó.

Construido casi en su totalidad en tabique rojo, el edificio es mejor conocido como “la casa de las brujas”, principalmente porque una de sus torres está rematada con un techo que se asemeja a un sombrero de bruja, y, además, precisamente debajo del techo, hay dos pequeños nichos y un ventanal que parecen dibujar un rostro. Por si fuera poco, en la planta baja de este emblemático edificio, se encuentra un interesante bar coctelero llamado “Las Brujas”. Se trata de un pequeño espacio entre tonos cobrizos y luz tenue, decorado con libros y artefactos antiguos, además de algo de taxidermia, con una estupenda barra, que es dominada de forma exclusiva por Barmaids (las nuevas brujas), que parecen precisamente transgredir el espacio y el tiempo, preparando tragos inspirados en los años treinta y cuarenta.

“Las Brujas” es un pequeño espacio entre tonos cobrizos y luz tenue, decorado con libros y artefactos antiguos, además de algo de taxidermia, con una estupenda barra, que es dominada de forma exclusiva por Barmaids (las nuevas brujas), que parecen transgredir el espacio y el tiempo, preparando tragos inspirados en los años 30 y 40.

Más allá de los tragos y el aquelarre (akelarre) —palabra, por cierto, de origen vasco (del euskera) que significa macho cabrío (Aker) y prado (Larre), es decir, el lugar donde se reúnen las brujas (o Sorginak también en euskera) para realizar sus rituales, “Las Brujas”  nos muestra lo equivocado que pueden estar las creencias y algunas tradiciones, sobre todo cuando están amparadas en la paranoia colectiva, lo que simplemente nos ha llevado a estereotipar, estigmatizar y castigar absurdamente las conductas humanas que, asumimos, transgreden la forma en la que hombres y mujeres “deberíamos” comportarnos. Por otra parte, no debemos olvidar que la transgresión, que parece ser el fundamento que dio origen a “las brujas”, es esencialmente ese elemento de cambio, de quebrantamiento de leyes, normas o costumbres morales que muchas veces, y sin ningún amparo razonable o científico, ha promovido la desigualdad histórica entre hombres y mujeres.

Seguramente antes como ahora, las auténticas “brujas, esas mujeres transgresoras de las normas sociales, no pretendieron en absoluto quebrantar leyes ni normas morales, ni tampoco generar una confrontación absurda entre hombres y mujeres. Simplemente intentaron ocupar algunos espacios sociales que históricamente, y de forma injusta, les habían sido negados. Porque, parafraseando a Rita Segato, la lucha por los derechos de las mujeres no se trata tampoco de convertir a los hombres en sus “enemigos naturales”, ya que el verdadero enemigo histórico de las mujeres es el orden patriarcal, mismo que, irónicamente, muchas veces está encarnado por las mismas mujeres. En el fondo, la lucha histórica de las brujas se trata únicamente de transgredir (aunque no necesariamente de violentar) las normas y el orden que, de forma anacrónica, siguen limitando la igualdad de oportunidades entre los seres humanos.

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