Hace relativamente poco tiempo leía una nota en un diario británico acerca de la decisión de un colegio escocés de cancelar de su curricula la lectura del célebre libro de Harper Lee, publicado en 1960, galardonado con el premio Pullitzer, “Cómo matar a un ruiseñor”. La trama de este libro sirvió además de inspiración para el guion de la película homónima, dirigida por Robert Mulligan, galardonada también con un premio Oscar, precisamente por mejor guion adaptado en 1963. El motivo por el que el James Gillespie’s High School en Edimburgo canceló la lectura de esta obra es simple: para el director del departamento de inglés del colegio, el libro promueve una narrativa colonialista del “salvador blanco”, que no debería pervivir en el contexto actual, por lo que, junto con otras novelas clásicas, como el libro de John Steinbeck “De ratones y hombres” (por su representación anticuada que tiene de la población afrodescendiente), deberían ser remplazados por textos “menos problemáticos”.
Por supuesto, la cancelación de estos textos clásicos de la curricula ha ocasionado una serie de controversias entre quienes apoyan la medida por considerarla adecuada para reformar aspectos educativos que implícitamente fomentan narrativas colonialistas y, por lo tanto, racistas, y algunos grupos que miran la decisión como inadecuada, ya que consideran que la lectura de este tipo de clásicos, por el contrario, permitiría explorar y debatir el tema de la injusticia racial, por lo que suspender su uso académico sería contraproducente para la formación de los alumnos. Por supuesto, sin perder oportunidad, algunos grupos conservadores se han sumado a la protesta, argumentando, por su parte, que la acción es una medida de censura que elimina el acceso a la lectura de obras clásicas a los estudiantes, y que ése no debería ser el papel de una institución educativa.
No estoy seguro en este momento cuál de los dos escenarios sea el más favorable para que los estudiantes comprendan lo anacrónico y aborrecible de este tipo de narrativas colonialistas y racistas, si prohibir su lectura, o mantenerlas en la dinámica escolar. Pero de lo que sí estoy seguro es que mantener vigentes este tipo libros en la curricula académica únicamente porque se trata de novelas clásicas sería contraproducente con los esfuerzos de muchos colegios por decolonizar su plan de estudios, que, como en este caso, intentan alejar a sus estudiantes de una representación históricamente equivocada de las personas afrodescendientes, y de estereotipos de superioridad racial de los blancos.
Pero de lo que sí estoy seguro es que mantener vigentes este tipo libros en la curricula académica únicamente porque se trata de novelas clásicas sería contraproducente con los esfuerzos de muchos colegios por decolonizar su plan de estudios.
Además, al hacerlo, estarían de alguna forma justificando mantener posturas eurocentristas en las instituciones educativas, mismas que probablemente, y sin pensarlo detenidamente, continúan imbuidas en nuestra sociedad por este tipo de adoctrinamiento narrativo, basadas en la idea de una supuesta superioridad occidental, ya sea en asuntos literarios, así como también en temas ligados al ámbito científico, como lo podemos ver en la actualidad con el tema de las vacunas contra el SARS CoV2 de “producción” no occidental.
El término “eurocentrismo” se puede aplicar a cualquier actitud o ideología que esté basada en un enfoque historiográfico de evolución social que implícitamente considere a la cultura europea como el centro de la civilización mundial. Se puede ver como una forma de etnocentrismo, como una manifestación “idealizada” y evidentemente equivocada de una visión en la que la historia europea es la guía del flujo cultural de otros pueblos, que, sin su influencia, habrían tenido formaciones incompletas o deformadas de sus propias historias.
Se puede ver como una forma de etnocentrismo, como una manifestación “idealizada” y evidentemente equivocada de una visión en la que la historia europea es la guía del flujo cultural de otros pueblos, que, sin su influencia, habrían tenido formaciones incompletas o deformadas de sus propias historias.
Para autores como Samir Amin (1989), se trata de un fenómeno básicamente moderno, cuyas raíces emergieron durante el Renacimiento y se consolidaron durante el siglo XIX. Por lo tanto, se trata de una dimensión ideológica del capitalismo, de una visión hegemónica europea moderna, a partir de dos absurdos mitos principales, “la idea-imagen de la historia de la civilización humana como parte de una trayectoria evolucionista lineal y unidireccional, una especie de Scala Naturae, o gran cadena del ser, que parte de un estado de naturaleza y culmina en la Europa moderna, que además otorga sentido a las diferencias entre Europa y no-Europa, como diferencias de naturaleza (innatas/raciológicas) y no solo como una historia del poder” (Quijano, 2000).
Se trata una invención ideológica que, como menciona Dussel (2000), rapta a la época griega como exclusivamente europea y, por lo tanto, occidental, y pretende legitimar la superioridad racial europea a partir de posicionar la idea de que las culturas griega y romana fueron el centro de la historia humana mundial. Esta invención ideológica olvida de facto lo que sucedía en ese mismo tiempo en el resto del mundo, y que, desde finales del siglo XVIII, solo reconoce tímidamente como a su “otro”, a la gente de oriente, puesto que, para los europeos, los pueblos “indios” de América y los pueblos “negros” de África han sido vistos simplemente como primitivos.
En la actualidad, como propone David Slater (2008), existen tres rasgos constituyentes del eurocentrismo anclado en el mundo anglosajón: (i) una tendencia a presentar Occidente en términos de una serie de atributos especiales o primarios de desarrollo propio, tales como racionalidad, democracia, modernidad y derechos humanos que no pueden hallarse en otras partes; (ii) la matriz esencial de atributos que supuestamente sólo posee Occidente es considerada intrínseca al desarrollo europeo y norteamericano, y no como el producto de encuentro cultural cruzado alguno; y, finalmente, (iii) el desarrollo de Occidente se considera constituyente de un paso universal para la humanidad entera.
Se trata claramente de una pretensión universalista del actual “euronorteamericacentrismo”, que se ha visto particularmente reactivado desde la década del 90 del siglo pasado, y que descansa en sus modalidades geopolítica, geocultural y, por supuesto, geoeconómica. Sus argumentos se fundamentan en defender la supuesta superioridad de las políticas implementadas en occidente, donde las verdades científicas del mercado occidental son las únicas alternativas aplicables en el resto del mundo, por lo que no le queda a los gobiernos del mundo más que aceptar las leyes de la economía neoliberal y actuar con base en ellas (Wallerstein, 2007).
El eurocentrismo sigue vigente más allá del imaginario social y, hoy en día, aún podemos ver sus nocivos efectos en relación con las vacunas contra el COVID 19. Muchas personas alrededor del mundo, por diversas razones, que van desde el acaparamiento o la poca disponibilidad de algún compuesto biológico occidental, han recibido dosis de vacunas rusas, chinas o de la India, que aún sin haber sido aceptadas por la Unión Europea y los Estados Unidos, han demostrado su efectividad empíricamente al haber bajado drásticamente los porcentajes de enfermedad grave y muerte por la infección provocada por el SARS CoV2 en las poblaciones inoculadas con su fórmula. Tanto la Unión Europea como los Estados Unidos siguen considerando inmune y protegido únicamente a las personas vacunadas con los compuestos biológicos autorizados por ellos. Lo anterior, dicho sea de paso, tiene implicaciones en temas migratorios, políticos y, por supuesto, económicos, cuando es evidente que ni siquiera las vacunas de manufactura anglosajona son totalmente efectivas contra los contagios y la presencia de síntomas leves, y, en casos menores, contra la muerte.
El eurocentrismo sigue vigente más allá del imaginario social y, hoy en día, aún podemos ver sus nocivos efectos en relación con las vacunas contra el COVID 19.
Por ejemplo, varios países de la Unión Europea plantean permitir el acceso a su territorio a personas de otros países, siempre y cuando hayan sido vacunadas con alguno de los cuatro preparados biológicos inmunizantes aprobados para su uso dentro del bloque comunitario, es decir, Comirnaty (Pfizer-BioNtech), Moderna, Vaxzevria (AstraZeneca), y Janssen (Johnson & Johnson). Así que, por lo tanto, si eres una persona común y corriente vacunada en la India o en la Unión Africana, o en algún país de América, que no sea Estados Unidos, o en Europa del Este, probablemente no podrás ingresar fácilmente a los países miembros de la Unión Europea porque no consideran que estés protegido, ya que seguramente estarás vacunado con “Covishield”, una versión India de la vacuna “Vaxzeria” de AztraZeneca, producida en Oxford, que sí está aprobada por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), o con alguna vacuna de fabricación rusa o china, que, además de todo, no han hechos públicos los resultados de sus estudios en alguna “prestigiosa” publicación científica de Occidente.
Es un hecho que los principios científicos fundamentales, y la empresa científica como tal, son un “producto” originado en Occidente, pero eso no quiere decir que Occidente tenga la patente para hacer “buena” ciencia, como asume la visión eurocentrista. Los tiempos de Lysenko y la Guerra Fría se han esfumado, y lo que hoy en día queda es un escenario en el que es imperativo comprender que quizá sea necesario “matar al ruiseñor” de Harper Lee, y de paso al eurocentrismo, para construir una nueva narrativa escolar y científica, basada en parámetros anticolonialistas y antirracistas.
Los tiempos de Lysenko y la Guerra Fría se han esfumado, y lo que hoy en día queda es un escenario en el que es imperativo comprender que quizá sea necesario “matar al ruiseñor” de Harper Lee, y de paso al eurocentrismo, para construir una nueva narrativa escolar y científica, basada en parámetros anticolonialistas y antirracistas.
Referencias.
Amin, S. (1989). El eurocentrismo. Crítica de una ideología. México: Siglo XXI
Dussel, E. (1995). “Europa, modernidad y eurocentrismo”, en Revista Ciclos en la Historia, la Economía y la Sociedad, Clacso
Quijano, A. (2000). “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América latina”. En E. Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, CLACSO
Slater, D. (2008). “Repensando la geopolítica del conocimiento: reto a las visiones imperiales”. En H. Cairo y W. Mignolo, eds., Las vertientes americanas del pensamiento y el proyecto des-colonial, Madrid, Trama
Wallerstein, I. (2007). Universalismo europeo. El discurso del poder. México: Siglo XXI
Formado como antropólogo biológico, es doctorante en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde realiza estudios acerca de los procesos que desarrollan la creatividad y la innovación en los humanos, dentro del marco de la educación institucional, bajo la tutoría del profesor Agustín Fuentes. Colabora además para la curaduría de las salas de Introducción a la Antropología y Poblamiento de América, del Museo Nacional de Antropología, y también es common people.