Con cierta frecuencia me gusta revisar el proceso de algunas leyes, más por ociosidad que por obligación. Me imagino que es parte de esa curiosidad malsana que todos deberíamos tener. Hace poco me encontré con algunas novedades en cuanto a las legislaciones para proteger a las mujeres que han sido víctimas de violencia de género, a niños y a migrantes. Ante lo que pude leer, me quedé con una idea fija en la cabeza: que las leyes no son muros en los que se puedan contener una o varias realidades, y que está bien crear leyes y lograr que se cumplan, pero antes de preocuparnos por las leyes deberíamos de hacerlo por la educación.
Hace muchos años que me gano la vida trabajando con «grupos poco favorecidos», por llamarlos de alguna manera. En México fundamos una casa para acoger menores con VIH embarazadas. Fue una labor muy difícil que hicimos en conjunto con muchos profesionales (médicos, antropólogos, sociólogos, psicólogos y abogados). Empezamos trabajando a pie de calle, en la zona de la Merced, hablando con las prostitutas para ganarnos su confianza y poder constatar que los carnets que se colgaban en el cuello, mismos que les brindaban su certificación de «mujeres sanas», eran reales y no falsificaciones que sus “chulos” pudieran haber conseguido de manera ilegal.
Así nos fue desvelado el mundo de ciertas niñas «sin techo» que se prostituían por un pago miserable y que, por si no fuera suficientemente mala esa condición, además tenían VIH y habían quedado embarazadas. No hace falta decir que la realidad supera con creces a la ficción, y para muestra teníamos aquello… Tuvimos que echar mano de todos los recursos con los que contábamos; tocar muchas puertas y rezar para ser escuchados. Pero, desgraciadamente, hay realidades que no nos conviene dar a conocer. Después de mucho logramos el apoyo del Gobierno del entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de México, para conseguir una vivienda, y por medio de algunas donaciones nos fue posible dar cobijo a catorce niñas que necesitaban atención y cariño de manera urgente.
El camino para estas mujeres es muy largo, y empieza precisamente gracias a estas leyes que las contemplan como víctimas y, por ende, como personas faltas de protección
Posteriormente, cuando llegué a vivir a España, estuve poco más de un año colaborando como voluntaria con mujeres maltratadas, no sólo física sino también psicológicamente. Apoyé a estas mujeres y a sus hijos, niños que llegaban con ellas a un refugio del Ayuntamiento de la ciudad en la que vivo, en donde se les brindaba atención médica y apoyo psicológico, de manera un tanto superficial, pues se trata de una acogida de emergencia.
Más adelante tuve la suerte de trabajar en una asociación que realiza esta labor de una forma muy estructurada. Los profesionales que ahí laboran cuentan con un modelo teórico que ha sido establecido y adaptado en la asociación para relacionarse con las personas que necesitan ayuda. Un modelo que les permite ser bastante objetivos, sin olvidarse de que el material con el que trabajan son personas (de hecho, el eslogan que tienen es: «personas que ayudan a personas»). Así pues, Berriztu tiene la capacidad de ofrecer a las mujeres y a los niños, víctimas de la violencia de género, la oportunidad de sentirse seguras y acompañadas.
La experiencia de trabajar ahí por primera vez me resultó profundamente intensa, porque removió mucho de lo que yo había «aprendido» en México; pero, además, me permitió comprender lo que significa desaprender y “reanudar” el camino, y darme cuenta de que se trata de un proceso personal, que auténticamente permite que lo nuevo sea realmente la base de un futuro mejor.
Las leyes no son muros en los que se puedan contener una o varias realidades y está bien crear leyes y hacer que se cumplan, pero antes de preocuparnos por las leyes deberíamos de hacerlo por la educación
Sobra decir que agradezco infinitamente que me dejen ser testigo del trabajo que realizan los profesionales en este proceso, ya que es absolutamente gratificante. Hablar con mujeres que hasta hace poco no tenían un ápice de amor propio, que se sentían continuamente amenazadas y que ahora son Mujeres, Trabajadoras, Madres, personas recuperadas.
El camino para estas mujeres es muy largo, y empieza precisamente gracias a estas leyes que las contemplan como víctimas y, por ende, como personas faltas de protección. Tengo la certeza de que en cuanto llegan a una casa de acogida como la que les ofrece Berriztu, han pasado ya la peor parte de sus vidas: la de aceptar su condición de víctimas y permitir que se les ayude. Lo anterior es una condición básica para poder ayudar, y como investigadores y profesionales, siempre necesitamos que nos den acceso al rincón más oscuro, de lo contrario es imposible hacer nada.
Cierto es que las leyes han ayudado a que este duro proceso se lleve a cabo, y si bien es cierto que la realidad suele superar a la ficción, también es indudable que la realidad se supera a sí misma gracias al aprendizaje, a la educación, y a los cuidados
Siempre se procura que la estancia en la casa sea de lo más cómoda, las mujeres tienen la privacidad suficiente para desenvolverse por su cuenta; sin embargo, la convivencia es difícil. Compartir la casa con seis familias o más puede llegar a ser caótico, y como es natural en estas circunstancias, sale a relucir lo peor de cada una, siempre usando como escudo protector a los niños. Pero no todo es dañino ni pernicioso aquí. Se intenta dar una estructura a cada familia: hay normas, horarios, actividades e incluso momentos de ocio. Todo en su momento, siempre bajo la tutela del equipo de profesionales que trabaja codo a codo con estas mujeres y con sus hijos para salir adelante.
Cierto es que las leyes han ayudado a que este duro proceso se lleve a cabo y, si bien es cierto que la realidad suele superar a la ficción, también es indudable que la realidad se supera a sí misma gracias al aprendizaje, a la educación y a los cuidados.
Mexicana afincada en Euskadi por esas cosas del amor. Etnohistoriadora por la ENAH, con estudios de posgrado en la UAM, en relación a la Antropolgía Religiosa. Actualmente trabaja en lo que se denomina el “tercer sector”, en un centro de justicia juvenil especializado en violencia filioparental.
Qué importante reflexión sobre los límites de la legislación mientras no sea acompañada de otros procesos. Gracias por compartir tu experiencia.
Hay mucho por hacer, es verdad que el gobierno es el gestor principal, pero no podemos dejar de lado la importancia que tiene nuestro núcleo familiar.