¿Qué hay detrás de los presagios que pueden contemplarse en el cotejo de la realidad, versus los paisajes distópicos narrativos en obras tales como Un mundo feliz, 1984, o Farenheit 451?, ¿no es esto sino la advertencia de la energía de la imaginación trascendiendo lo inmaterial y tomando forma en un mundo que actualmente día a día nos supera?

En las inmediaciones de la primera democracia parlamentaria alemana, durante la República de Weimar, con el imperio alemán derrotado y en una crisis social con continuos estallidos y manifestaciones políticas, Walter Gropious funda Die Staatliche Bauhaus (La Bauhaus del Estado), la legendaria escuela de diseño donde se concatenaron ideales de modernidad — que debieran crear un amalgama donde el arte, la artesanía y la tecnología diluyeran sus fronteras, para dar paso a espacios, objetos y expresiones artísticas.

Este entorno nutrido de energía imaginativa que daría para idear y darle forma a un nuevo mundo, le dio cobijo a un puñado de artistas y creativos, como Fritz Kuhr, quien con su frase Die ganze Welt ein Bauhaus, aludiría precisamente a esa dimensión donde las expresiones creativas se conjugan con los adelantos tecnológicos, pero donde el valor de la mano de obra artesanal le da un valor agregado al resultado —en el mejor de los casos.

El año pasado la muestra itinerante por los 100 años de la Bauhaus mostró no solo lo que ahí se produjo —en términos materiales, teóricos y epistémicos— sino el poder detrás de la forma y la estética conducente a cargo de mentes sensibles; Die ganze Welt ein Bauhaus o El mundo entero es una Bauhaus, refiere al poder de la estética y su alcance en el tiempo y el espacio y define el comportamiento de la cultura, producto de la creatividad humana, pero quizá su autor no sospechó que el influjo de la locución estaba cobijada por su Zeitgeist, una suerte de contingencia que pronto no podría contenerse, que era ya una especie de play incesante hacia la distopía que velaría el futuro y que aún cuando las propuestas del movimiento nacional socialista a cargo de Hittler cerraran las 3 sedes de la Bauhaus, el mundo entero ya era una Bauhaus o de menos el ímpetu contenido en cada mente que de ahí logró escapar para diseminar la impronta ahí creada.

Die ganze Welt ein Bauhaus o El mundo entero es una Bauhaus, refiere al poder de la estética y su alcance en el tiempo y el espacio y define el comportamiento de la cultura, producto de la creatividad humana

Pero, ¿por qué hablar de una distopía que se materializa en la cotidianidad de nuestras vidas, si detrás de todo ello había una intención por inundar el mundo de arte y belleza? La lógica de los espacios en consonancia con los objetos que los habitan, hoy en día, son un amalgama donde las aspiraciones de la Bauhaus se asientan pero al mismo tiempo se trastornan, convirtiendo a los objetos en necesidades más que en motivos de inspiración. Aunque cada uno de ellos nació de una idea que va tomando forma casi de manera artesanal, sin remedio se reproduce con el soporte tecnológico que el tiempo permita. Así las narrativas de Orwell y Huxley son la antesala perfecta para recibir los deseos de Kuhr, que en su ausencia nadie logró conducir a otro sitio.

Aunque en cualquier otra escuela de diseño en Finlandia, el Reino Unido o en Estados Unidos hubiera proliferado más allá del misticismo bauhasino, a la Bauhaus la expande el poder subjetivo de sus portavoces, la búsqueda imperativa por la igualdad, estandartes que fuesen pilares de su estructura pedagógica y la necesidad de trascender las fronteras ante la persecución de las creencias, la diversidad biológica y de género, así como cualquier condición que no se correspondiera con el Status Quo. Paradójicamente la entidad subjetiva convertida en agente, viaja para divulgar lo que ya era incontenible, la suma entre forma y función que en su interior reserva una intención idealista, pero que se transforma obedeciendo a un sistema productivo que no distingue lo bello de lo no bello; la arquitectura, el diseño, el arte obedecen a otros fines, distintos a los ideales de los bauhauslers.

Las narrativas de Orwell y Huxley son la antesala perfecta para recibir los deseos de Kuhr, que en su ausencia nadie logró conducir a otro sitio.

Así, perpetuamente las ideas viajan de un lado a otro y se anclan en los objetos y en los espacios, se recrean a sí mismas a través del uso, condicionan nuestra modo de hacer vida, proponen movimientos que deberán incorporarse en nuestra cotidianidad; este fue el poder de la Bauhaus, un programa educativo que partió de preponderar la preparación en el dominio de la forma y lo que su alianza con las expresiones artísticas implica, así como lo que de ello deviene cuando la función se adhiere a dichas expresiones que después se pusieron en las manos de las máquinas y cuya expansión representa hoy en día, los espacios ahora transformados en los que vivimos actualmente, ocupados por objetos que en menor o mayor medida contienen parte de la forma en la que se conciben hoy en día, donde la Bauhaus es esa semilla que debido y a pesar de su momento histórico modelan nuestra vida, y es entonces cuando la frase de Kuhr vuelve a tomar forma y nos susurra que es tiempo de conducir el ímpetu de las ideas en un mejor sentido, en lugar de permitirles llegar a lugares tan insospechados como Un mundo feliz.

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