A pesar de que el cuerpo en sí mismo es un ‘diseño orgánico’ que ha evolucionado y le ha permitido al ser humano interactuar con su entorno, son los objetos usados y creados los que han fungido como extensiones extra somáticas que, entre otras cosas, le han permitido una subsistencia prolongada, al grado que la cualidad distintiva entre uno y otro ha devenido tanto que resulta complicado discernir sus límites. Antiguamente, las herramientas que le permitían al humano cazar, alimentarse, vestirse y resguardarse para sobrevivir se encontraban fuera del cuerpo, haciendo las veces de extensiones de manos y pies, operadas a través de un sistema nervioso central; en contraste, actualmente dichas herramientas o extensiones se han transformado tanto, que se han adentrado en el cuerpo, como lo hace un marcapasos, o la implementación de chips neuronales —que prometen restablecer comunicación entre el cerebro y las extremidades de una persona con discapacidad motriz— hasta producir la emulación de un órgano con el fin de suplir a uno que ya no funcione.

  1. De la comprensión platónica y cartesiana sobre el cuerpo a la aristotélica y maturanesca

Lo que se afirme de lo tangible ha de afirmarse también del tacto: o sea, que si el tacto no constituye un sentido sino varios, las cualidades tangibles serán también necesariamente múltiples. Su dificultad encierra, por lo demás, la cuestión de si se trata de uno o varios sentidos y cuál es el órgano del tacto: si lo es la carne —y en otros animales algo análogo— o no, en cuyo caso aquélla sería un medio mientras que el órgano primario sería algún otro localizado en el interior.

Una colega antropóloga solía decir que “no hay nada más ajeno que el territorio del cuerpo del otro”, pero, ¿cómo es entonces que el otro sabe mejor cómo es mi cara que yo misma, conoce mejor mis facciones, me sabe con sus ojos, y con el resto de sus sentidos? Uno mismo no puede sentir plenamente cómo es la textura de su piel y hasta el reflejo que se mira en el espejo es inverso. Por eso, aunque vivamos en la era donde la tecnología nos ha permitido mirar al interior de nuestro cuerpo, pensamos al cuerpo de una manera platónica, lo vemos mediado por el ojo del otro o el de una máquina; entonces el cuerpo del otro es tan ajeno como el propio, una suerte de bestia-cárcel platónica que puede controlar nuestros actos a través de pulsaciones, como si fuéramos un centauro, cuya parte humana mira con desdén a la parte animal o maquinal.

“Una colega antropóloga solía decir que “no hay nada más ajeno que el territorio del cuerpo del otro”, pero, ¿cómo es entonces que el otro sabe mejor cómo es mi cara que yo misma, conoce mejor mis facciones, me sabe con sus ojos, y con el resto de sus sentidos?”

Aristóteles planteó a su maestro una de las reuniones más importantes en la que cuestionó la separación entre alma y cuerpo, convirtiendo así al cuerpo en un microcosmos a través del cual el hombre es capaz de relacionarse con su entorno, pero operado por la razón, que domina los impulsos que convierten al cuerpo en esa misma idea de cárcel y bestia. Tiempo después, sin remedio alguno, Descartes volvió  a escindir al hombre de su propio cuerpo y cambió el curso de esta concepción.

A pesar de ser las discusiones platónicas y cartesianas las que mantuvieron por mucho tiempo la idea de un cuerpo-mente como entidades distintas, lo que subsiste actualmente es el cuestionamiento de dichas divisiones, la intención de una mirada compleja hacia el cuerpo, con el fin no de unir sino de relacionar polos, de encontrar acuerdos. Aunque el cuerpo sea un todo, en la práctica no es tratado como tal: la medicina, por ejemplo, asume a los órganos y sistemas como divididos para así ser estudiados a través de sus particularidades.

En el prefacio del biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana a la segunda edición de “De máquinas y seres vivos”, encontramos la siguiente frase que podría otorgar una idea más adecuada sobre el cuerpo y sus posibilidades, pasando de las duplas a una integración:

Los seres vivos existimos en dos dominios, en el dominio de la fisiología donde tiene lugar nuestra dinámica corporal, y en el dominio de la relación con el medio donde tiene lugar nuestro vivir como la clase de seres que somos. Estos dos dominios aunque distintos se modulan mutuamente de una manera generativa, de modo que lo que pasa en uno cambia según lo que pasa en el otro.

Aunque varios de estos postulados se discuten en diferentes disciplinas, lo cierto es que pensamos al cuerpo todavía de esta forma porque en realidad la imagen de nuestro cuerpo es eso, una imagen, que se ha colocado por encima de nuestra propia experiencia, manipulando nuestra percepción a través del imaginario, del zeitgeist; haciendo de nuestro cuerpo una idea, algo casi ajeno a nuestra voluntad, convirtiéndose en un objeto al que sometemos, medimos, categorizamos, y que ahora además  controlamos con los objetos que alguna vez sirvieron como sus simples extensiones: las máquinas.

“…haciendo de nuestro cuerpo una idea, algo casi ajeno a nuestra voluntad, convirtiéndose en un objeto al que sometemos, medimos, categorizamos, y que ahora además controlamos con los objetos que alguna vez sirvieron como sus simples extensiones: las máquinas.”

  1. Límites entre el cuerpo y los objetos

El género humano tiene una larga historia de fabricación de herramientas, de la más amplia variedad y sofisticación tecnológica, que en nuestros días alcanza la intangibilidad del campo virtual, en un proceso de evolución cultural, que parece interminable, y que atañe cuerpo y mente.

La problemática planteada sobre la relación cuerpo/mente ha dado y sigue dando mucho de qué hablar, sobre todo en lo que constituye los límites del cuerpo. La siguiente cita, producto de estudios de neurociencia de la Japan Neuroscience Society, que proviene del artículo que escriben Akira Murata y colaboradores, apunta:

Las manos tienen muchos roles funcionales durante las actividades cotidianas. Kamakura (1998) categorizó ocho categorías funcionales de las manos: (1) explorar (ej., sentir o explorar el medio ambiente), (2) contactos (ej., tomar un objeto, nuestro cuerpo o el de otro), (3) la que actúa como una articulación (ej., trabajar como una articulación entre el cuerpo y un objeto), (4) herramientas (ej., ser usadas como herramientas), (5) agarrar, (6) manipulación de objetos o herramientas, (7) respuesta (ej., como un objeto de acción por otra mano) y (8) simbolizar (ej., haciendo una señal). Recientemente, se ha revelado que el sistema de control motor en el cerebro no solo controla estas complejas acciones de las manos, sino que se ocupa de la representación del cuerpo. El sistema de control motor contribuye a la percepción de las manos como parte del mismo cuerpo. Ya que la percepción de nuestro propio cuerpo es fundamental para nuestro propio auto reconocimiento (Gallagher 2005), las manos no son solo efectos en movimiento, sino un eslabón entre la mente y el control motor.

Parece importante tener una noción acerca de los roles funcionales de las actividades cotidianas que realizamos todos con nuestras manos y que, al mismo tiempo, apuntan a la actividad creativa en tanto a la producción de artefactos. Pero reflexionar sobre el sistema de control motor en tanto a la representación del cuerpo, a través de los movimientos de nuestras manos, cobra un sentido diferente sobre la actividad creativa, por un lado, y lo que produce y podría adentrarse en el cuerpo, por otro. ¿Qué pasa entonces cuando manejamos una herramienta?, es decir, ¿cómo percibimos nuestras manos y dicha herramienta? O incluso, ¿qué pasa con nuestra percepción de esa herramienta cuando una prótesis sustituye nuestras manos?

¿Qué pasa entonces cuando manejamos una herramienta?, es decir, ¿cómo percibimos nuestras manos y dicha herramienta? O incluso, ¿qué pasa con nuestra percepción de esa herramienta cuando una prótesis sustituye nuestras manos?

Si el cerebro humano, a través de su sofisticada neo corteza, reconoce el cuerpo, entonces cuando un objeto es creado —producto de una suma de colaboraciones entre diversas mentes—, simplemente se adhiere a la superficie del cuerpo, se articula o se introduce, ¿significa entonces que para el cerebro el artefacto es parte del cuerpo y no un objeto ajeno? ¿Son las otras mentes colaborando en la creación de objetos también extensiones de nuestro cuerpo? ¿Dónde termina y dónde comienza el cuerpo entonces? ¿Y qué es lo que realmente le es ajeno?

¿significa entonces que para el cerebro el artefacto es parte del cuerpo y no un objeto ajeno? ¿Son las otras mentes colaborando en la creación de objetos también extensiones de nuestro cuerpo? ¿Dónde termina y dónde comienza el cuerpo entonces? ¿Y qué es lo que realmente le es ajeno?

Todas estas preguntas deben ser formuladas desde diversas perspectivas para poder ser respondidas. La evolución cultural será esa extensión, herramienta o pauta que nos dará otra posibilidad, que ya abordaré en un siguiente texto…porque entonces me pregunto, ¿cómo es que esta relación al tiempo del cuerpo con los objetos nos ha impactado y ha impactado nuestro entorno y a las demás especies en términos evolutivos?

Bibliografía:

Aristotle. (2016). De Anima (Translated by Christopher Shields). Oxford: Clarendon Press.

Laland, K. (2017). Darwin’s unfinished symphony. Princeton: Princeton university press.

Malafouris, L. (2013). How things shape the mind. Cambridge, Massachusetts: MIT Press.

Maturana, H., & Varela, F. (2004). De máquinas y seres vivos. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, Grupo Editorial Lumen.

Murata, A., Wen, W., & Asama, H. (2016). The body and objects represented in the ventral stream of the parieto-premotor network. Neuroscience Research, 104, 4-15. http://dx.doi.org/10.1016/j.neures.2015.10.010

Compártenos

Deja una respuesta