Quizá una de las mayores confrontaciones que la pandemia le ha traído actualmente a las disciplinas científicas ha sido poner al descubierto la necesidad de la colaboración entre los saberes y las diferentes formas de ‘saber hacer’, cuestión muy patente en las batallas que enfrentan los hospitales alrededor del mundo.

Así, el diseño no es la excepción, y se promueve como una respuesta necesaria en la emergencia sanitaria que vivimos, ofreciendo una vasta gama de herramientas y conocimientos que poseen las disciplinas que la conforman: diseño industrial, de modas, gráfico, textil, urbano y arquitectónico.

Al interior de este campo de conocimiento se despliegan un sinfín de propuestas de acción, que pretenden colaborar con propuestas vanguardistas. Tal es el caso del “Diseño social”, el “Diseño sustentable” o el Desing Thinking —una metodología en tendencia que sostiene que una problemática se resuelve, en parte, a partir de una mirada compleja.

Quizá una de las mayores confrontaciones que la pandemia le ha traído actualmente a las disciplinas científicas ha sido poner al descubierto la necesidad de la colaboración entre los saberes y las diferentes formas de ‘saber hacer’, cuestión muy patente en las batallas que enfrentan los hospitales alrededor del mundo.

Detrás de cada una de las acciones que el diseño emprende en busca de soluciones para los problemas actuales —dentro del gremio e incluso fuera de éste—, el diseño encuentra, en cada uno de los discursos en tendencia, a un superhéroe con superpoderes que puede sortear los más grandes retos.

Sin duda alguna, el diseño como profesión, disciplina y campo de estudio tiene la posibilidad de brindar grandiosas soluciones a diversas problemáticas humanas. Pero, tal vez, antes de continuar creyendo que es la disciplina la que va a salvar el mundo, tendríamos que asomarnos a la enorme carencia que posee: no conocer ni entender al animal humano para el que diseña; comenzando por la confusión en torno al tema de la creatividad.

El ser humano es un animal creativo

La creatividad es la sustancia de la que el diseño cree valerse por el dominio profesional que supone tener sobre ella. Sin embargo, hay una interpretación superflua de este término y de lo que en realidad significa “ser creativo”.

Como menciona Agustín Fuentes en su libro “La Chispa Creativa”, pensamos que la creatividad está contenida en una persona y que algunas características nos hacen más creativos en comparación con otros. Creemos que somos más o menos creativos por la inclinación o habilidad que tenemos para generar soluciones, producir ideas o materializarlas, sobre todo en el plano profesional, ideas que parten en gran medida de la definición de esta palabra y postramos la referencia de creatividad en personajes como Mozart o Ludwig Mies van der Rohe.

No obstante, ser creativo va más allá del acto de crear algo: somos creativos en la medida en que sorteamos cotidianamente soluciones, somos creativos cuando preparamos un platillo con nuestras posibilidades. Pero, más allá del acto en sí mismo, está todo el bagaje que trae consigo un acto creativo: pues allí está la referencia a todas las imaginaciones que influencian “una buena idea”.

Sin duda alguna, el diseño como profesión, disciplina y campo de estudio tiene la posibilidad de brindar grandiosas soluciones a diversas problemáticas humanas. Pero, tal vez, antes de continuar creyendo que es la disciplina la que va a salvar el mundo, tendríamos que asomarnos a la enorme carencia que posee: no conocer ni entender al animal humano para el que diseña; comenzando por la confusión en torno al tema de la creatividad.

Por ejemplo, al estar frente a un lienzo en blanco o a una página en blanco para plasmar las ideas que se crean en la imaginación, las referencias, tanto en el imaginario como en el entorno inmediato en donde se piensa plasmar esa buena idea, son numerosas. El acto creativo evoca a todas las personas detrás de un pincel, la tinta o el teclado para escribir; son herramientas que alguien más imaginó y creó. Incluso si pensamos en recitar un poema, detrás hay miles de años en el desarrollo del lenguaje con el que se intenta expresar una idea, y el resultado de la manifestación de una idea se acompaña además de la percepción de quien ejerce el acto creativo.

La creatividad en realidad trasciende al acto creativo y es una cadena de cooperaciones (Fuentes, 2017). La manifestación de la creactividad está dada por aquello que la precede, pero también es un gesto cooperativo para lo que la sobrevenga. Y es precisamente esa colaboración la que nos ha permitido llegar a ese punto en nuestro desarrollo como especie. Comprender con la debida profundidad las características que nos hacen humanos, seres sociales, colaborativos y creativos, debería ser un elemento clave en la formación de cada diseñador.

De superhéroes a simples humanos

A pesar de que existan numerosos esfuerzos en los programas de posgrado de diseño alrededor del mundo por hacer reflexiones desde las humanidades, y de la búsqueda de colaboraciones interdisciplinarias, la imposibilidad de hacer del diseño una práctica humanizada está en su estructura. La tendencia global en las escuelas de diseño es desaparecer las materias humanísticas en los estudios de pregrado, y eso sin mencionar que se cuestiona la pertinencia de la ergonomía como un eje formativo, que de hecho debería regir los programas curriculares de las escuelas de diseño.

Mi filosofía es humanista, y creo que es fundamental conocer al hombre y su cultura para que el diseño pueda satisfacer las necesidades del ser humano, por eso soy partidario de que la carrera de diseño integre materias humanísticas; las materias tecnológicas son solamente estupendas herramientas (Durán, 2002). 

El diseñador es un agente (con el poder que ello le confiere) que intuye las problemáticas y de ahí que se crea (o él mismo crea) que posee superpoderes, porque es capaz de entender un fenómeno y sortearlo en su imaginación para traducirlo en forma de un producto o servicio que eleve las ventas de cualquier empresa. El diseñador, aun cuando se proponga generar un “diseño social”, estará transformando esa respuesta en otro producto, en un bien de consumo; su incidencia jamás traspasará la superficie porque desconoce el fondo, porque no comprende la profundidad de su praxis, porque su intuición no es una espada del augurio que le permita ver más allá de lo evidente, porque el diseñador no es un superhéroe y su formación no le permite entender al ser biosociocultural para el que diseña. Por ello me pregunto, cuando un diseñador habla del diseño social, ¿de qué materias o seminarios podría haber comprendido la dimensión social e histórica del ser humano?

Comprender con la debida profundidad las características que nos hacen humanos, seres sociales, colaborativos y creativos, debería ser un elemento clave en la formación de cada diseñador.

Dicen por ahí que “el diseño será social o no será”, pero el diseño, antes de ser social, requiere de herramientas que le permitan comprender la naturaleza de un ser social como el humano y, mientras las materias que se impartan en las disciplinas de diseño no tengan una buena carga de humanidades, el diseño seguirá siendo una fábrica de suplementos para una sociedad narcisista. En ese sentido, “el diseño social”, en el mejor de los casos, será un discurso con una caducidad tan efímera como la fast fashion.

Referencias

Fuentes, Agustín. Creative Spark. 1st ed. New York: Penguin Publishing Group, 2017.

https://www.amazon.com.mx/dp/1101983949/ref=cm_sw_r_oth_api_fabc_hYmaGbZK2258P

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Claudia Gabriela Gómez Vital

    Muy de acuerdo con esta opinión todo se centra en el humano y nada puede ser «social» sino partimos de conocer a fondo el objeto de estudio real, de nada sirve el avance tecnológico en cualquier sentido si se pierde la esencia humana…….

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