Una araña se encuentra en el centro de una telaraña; aquella que tejió a partir de hebras de seda secretadas por su propio cuerpo. Cada una de sus ocho extremidades está colocada precariamente en una cuerda de la red, sintiendo las sutiles vibraciones que podrían indicar que ha atrapado a una mosca. Estas vibraciones de la red son las mismas vibraciones que siente en sus extremidades, que la hacen entrar en acción para derribar a su presa. La red es literalmente parte de ella; ella la creó, su cuerpo y sus extremidades se entrelazan con ella, y la usa para recibir información sobre el mundo que la rodea. Entonces, ¿podemos separar a la araña de la telaraña? ¿Es la telaraña simplemente una “herramienta” pasiva utilizada por la araña? ¿Dónde termina el cuerpo de la araña y comienza la telaraña?

Entonces, ¿podemos separar a la araña de la telaraña? ¿Es la telaraña simplemente una “herramienta” pasiva utilizada por la araña? ¿Dónde termina el cuerpo de la araña y comienza la telaraña?

Estas preguntas y perspectivas resuenan con ideas fundamentales de la “hipótesis del bastón del ciego” del antropólogo Gregory Bateson (1973). Si consideras a un ciego que usa su bastón para recibir información táctil sobre el mundo, misma que reemplaza la información visual de una persona que ve, ¿dónde podemos decir que el ciego termina y comienza el bastón? El bastón proporciona información sensorial importante sobre el mundo, al igual que nuestros órganos sensoriales transmiten información sobre el calor, el olor o el sonido, lo que ayuda al ciego a responder adecuadamente al mundo que lo rodea. La hipótesis del bastón del ciego de Bateson fue después impulsada desde otra perspectiva, presentada por Clark y Chalmers (1998): la mente extendida. Clark y Chalmers presentan el ejemplo de una persona con enfermedad de Alzheimer que depende de un cuaderno para recordar información importante. Estos autores argumentan que parte de la función cognitiva se extiende para incluir a este cuaderno y, por lo tanto, en un sentido muy real, el cuaderno se convierte en una parte exteriorizada o extendida del cerebro. Ingold (2008) y Japyassú y Laland (2017), entre otros, también se inspiran en las arañas y sus redes para desafiar la forma en que entendemos la cognición, a nosotros mismos y la forma en la que interactuamos con el mundo material.

El uso de herramientas y materiales parece extender nuestro espacio peripersonal, el espacio que identificamos fácilmente como al alcance de la mano y que está estrechamente asociado con nuestro sentido de identidad (piense usted cuando su espacio personal es invadido si un extraño se para demasiado cerca), para incluir el objeto.

Estos ejemplos demuestran que todos usamos objetos para extender nuestro yo, creando una interfaz material con el mundo que nos permite almacenar y recibir información en las cosas tangibles que nos rodean todos los días. Ya sea confiando en lentes para recibir información visual adicional sobre el mundo, escribiendo información importante en un cuaderno para que puedas recordarla más tarde, externalizando recuerdos en forma de imágenes físicas y digitales, o usando una calculadora mientras hace aritmética mental. Los teléfonos inteligentes son quizás el ejemplo más claro de esta integración de un objeto material externo en nuestro funcionamiento cognitivo y conductual, y muchos de nosotros externalizamos activamente los procesos cognitivos para incorporar estos dispositivos. Incluso usamos estos dispositivos como una interfaz para la conexión social y, al mismo tiempo, los usamos para esculpir cuidadosamente nuestras personas sociales. Esto es algo más que el uso pasivo de materiales como herramientas, en los que podemos poner cuidadosamente una frontera alrededor de nosotros y la herramienta, e identificarlos como separados; estamos hablando de la integración activa de materiales como una parte intrínseca de nosotros mismos, en la medida en que informan nuestros comportamientos e identidad. Sin embargo, esto no parece ser un síntoma de vivir en el mundo occidental hiperdigital y material. La plasticidad inherente de nuestra mente significa que somos propensos a integrar objetos a la perfección, como si fueran una extremidad u órgano adicional.

Los teléfonos inteligentes son quizás el ejemplo más claro de esta integración de un objeto material externo en nuestro funcionamiento cognitivo y conductual.

En este sentido, la forma en que funciona nuestra mente es similar a la araña sentada en el centro de su telaraña. Nuestra cognición no es un proceso limitado que sólo tiene lugar en el cerebro, sino que se distribuye por nuestros cuerpos y los materiales con los que interactuamos a diario. No somos entidades biológicas perfectamente delimitadas, sino que estamos incrustados en el mundo por la conjunción de componentes biológicos, materiales y tecnológicos: somos, provocativamente, de naturaleza cyborg. Para los antropólogos y arqueólogos, la idea de mentes y cuerpos extendidos nos presenta una nueva perspectiva para comprender a las personas del pasado. Los restos materiales que excavamos y descubrimos no sólo son indicativos de las capacidades tecnológicas, sino que quizás representan, literalmente, partes de las mentes e identidades de personas del pasado.

En este sentido, la forma en que funciona nuestra mente es similar a la araña sentada en el centro de su telaraña.

Referencias:

Bateson, G. (1973) Steps to an Ecology of the Mind. London: Granada.

Clark, A. and Chalmers, D. (1998) ‘The Extended Mind.’ Analysis 58 (1): 7 – 19.

Ingold, T. (2008) When ANT meets SPIDER: Social theory for arthropods. In: C., Knappett and L., Malafouris (Eds.) Material Agency: Towards a Non-Anthropocentric Approach. New York: Springer.

Japyassú, H.F. and Laland, K.N. (2017) ‘Extended spider cognition.’ Animal Cognition 20: 375 – 395.

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