Y entonces, ¿qué hacer cuando los edificios pierden su razón de ser, y además ya no pueden siquiera mantenerse en buen estado material, por falta de recursos económicos, cuando ya no cuentan con un grupo de personas (fieles) que de manera constante aportan para su manutención? La solución parece ser darles un uso innovador, intentando no perder de fondo su objetivo principal, de ser espacios para “un bien común”, entendiendo esto, como todo aquello que es compartido por la comunidad y que beneficia a todos los miembros de ésta por igual.
En la actualidad, en todo el país existen alrededor de 6900 iglesias, de la cuales 1500 han realizado una reconversión inédita de su funcionalidad tradicional. La mayoría de estos templos ahora se utilizan como centros culturales o sociales, como instituciones de atención, centros comunitarios, salas de conciertos, restaurantes, hoteles y, en algunos casos, hasta como viviendas. De esta forma, aunque parezcan perder su valor espiritual original, los majestuosos edificios se conservan para múltiples usos comunitarios, que al final debería ser lo más importante. La reutilización parece haber ganado impulso y crece a pasos agigantados en este país. De acuerdo con el asesor inmobiliario Collier International (2), se calcula que, de aquí al 2030, alrededor de otras 1,700 iglesias perderán la función para la que originalmente fueron construidas. Esta novedosa solución, por más que definitivamente rompa con muchos esquemas tradicionales del cristianismo, parece ser la única forma de salvar los templos y, de paso, permitirles generar bienestar comunitario.