La música de los altavoces se desvanece, las luces del escenario se apagan. La tensión aumenta a un punto álgido en las cerca de 700 personas que asisten al espectáculo, mientras se tocan ritmos pulsantes con instrumentos tradicionales brasileños. Las guitarras con afinaciones graves y el bajo se suman a la mezcla con una furia de motosierra. Los músicos acechan el escenario como hienas. La famosamente estrepitosa multitud de Glasgow está alcanzando una masa crítica. Con el líder de la banda en posición, brazos levantados en invocación, se libera la energía potencial. El rugido gutural que forma la letra de “Back to the Primitive” se desata desde detrás de rastas enmarañadas. El bajo y la guitarra amplificada con distorsión, que siguen a los tambores golpeados furiosamente, se fusionan en un asalto de percusión que golpea como artillería. En el momento justo, la multitud detona. La cacofonía parece lo suficientemente poderosa como para devastar el edificio, la gente e incluso el ser —un concepto que pierde sentido en la gestalt de la multitud—. Enormes hileras de individuos se unen al frenético tumulto del slam, un espacio sagrado donde la violencia ritualizada sigue el tempo y la intensidad de la música con perfecta sincronicidad. Tengo 8 años y me quedo paralizado por la multitud, por su relación con la banda y el sentimiento físico, visceral, que produce. Cada segundo de ese concierto se pirograba en mi mente como una experiencia formativa; constituye el núcleo de mi relación con la música y la cultura. Eventualmente, me condujo al mundo de la evolución humana.

Se han producido variaciones infinitas de esta experiencia en casi todos los seres humanos que han vivido y esto se ha repetido durante cientos de miles de años. Algunas interacciones con la música, incrustada plenamente en su contexto sociocultural, han ayudado a los seres humanos a moldear la comprensión del mundo, su lugar en él, y las tradiciones y rituales asociados con él. La música y sus propiedades únicas ocupan un lugar especial en la formación del sentido del ser de una persona, y en la manera en la que navega por las interacciones con otros en su cultura.

La música y sus propiedades únicas ocupan un lugar especial en la formación del sentido del ser de una persona, y en la manera en la que navega por las interacciones con otros en su cultura.

La música, como cada parte de la experiencia humana, es el resultado de un largo y complejo proceso evolutivo. Es una tecnología social y personal de vital importancia. Una forma derivada de la cultura y la tecnología para lidiar con emociones complejas, negociar la vida social, estructurar la identidad, e incluso aprender habilidades cognitivas básicas. La música te permite, literalmente, perder tu sentido de Ser. Mientras la música «fluye», un grupo de músicos crea lo que Ian Cross llama un estado de «intencionalidad flotante»; nuestros propios deseos y metas individuales están subsumidos en un conjunto que se deriva de un estilo o cultura musical, ya sea jazz o death metal. Mientras los músicos tocan, son una única entidad.

La investigación neurocognitiva sobre el efecto de la música instrumental sugiere que los aspectos de la «gramática» musical activan áreas del cerebro asociadas con el procesamiento tanto del significado como del contenido emocional. Aunque no seamos conscientes de ello, podemos extraer información compleja de la música como lo hacemos con el lenguaje. Los estudios con pequeños cohortes de personas contemporáneas pueden ayudar a describir el fenómeno, pero ¿cómo llegó a ser y cuándo? Mencioné, casualmente, que la música ha sido parte de la experiencia humana desde tiempos inmemoriales, y cada vez hay más evidencia de que esto es cierto.

La investigación neurocognitiva sobre el efecto de la música instrumental sugiere que los aspectos de la «gramática» musical activan áreas del cerebro asociadas con el procesamiento tanto del significado como del contenido emocional.

En todo el Paleolítico Superior europeo existen pipas (flautas), magistralmente creadas, que pertenecen a tradiciones musicales sofisticadas. La investigación en el controvertido artefacto “Divje Babe” apunta cada vez más a que fue un instrumento fabricado por neandertales. Las flautas paleolíticas muestran el uso de escalas pentatónicas, decoraciones y una complejidad de construcción que parece sugerir un desarrollo del instrumento que fue mejorado durante generaciones. Más allá de estos ejemplos, la línea de tiempo se vuelve más nebulosa. Si bien los chimpancés nos dan una clase de contraste básica de los tipos de ruido socializado que los primeros homínidos pudieron haber producido, la historia está lejos de ser clara. Lo que sí se sabe es que la música es algo que los homininos desarrollaron durante millones de años.

En primer lugar, la anatomía relacionada con la producción y percepción vocal, es decir, la garganta, el oído y la corteza auditiva, experimentó un cambio significativo dentro de los australopitecinos, uno de los primeros homininos asociados con el uso de herramientas. Podían crear y percibir sonidos complejos en comparación con los chimpancés. Anton Killin, que estudia los ritmos de las caminatas, sugiere que los australopitecinos podían sincronizarse con los movimientos de los demás, una habilidad fundamental para cualquiera que quiera tocar con otros o mover una gran roca o carcasa. Además, la investigación sobre las herramientas de piedra de Olduvai ha revelado complejidades en las habilidades prácticas y el aprendizaje socializado necesario, lo que sugiere una vida social y técnica cognitivamente exigente. Basándose en esto y más, la paleoantropóloga Sara Wurz sitúa el comienzo de nuestro viaje musical hace más de dos millones de años. Mi pregunta personal, como baterista y fabricante de herramientas de piedra, es: ¿cuándo empezaron a fabricarse y utilizarse los objetos para sus sonidos y qué forma tomaron?

En todo el Paleolítico Superior europeo existen pipas (flautas), magistralmente creadas, que pertenecen a tradiciones musicales sofisticadas. La investigación en el controvertido artefacto “Divje Babe” apunta cada vez más a que fue un instrumento fabricado por neandertales.

En esencia, la fabricación de herramientas de piedra es percusiva y ruidosa. Golpear la roca, producir la herramienta. Al hacerlo, se produce un sonido distintivo que todos los talladores reconocen. Esto refleja la forma en que se transmite la fuerza y ​​es un indicador de la calidad del material o de la habilidad del fabricante. Los materiales de menor calidad transmiten la fuerza de manera desigual, lo que lleva a resultados impredecibles y un «ruido sordo» insatisfactorio cuando se golpean. Cada golpe produce un sonido correspondiente, un tono claro para el éxito o un golpe sordo para el fracaso. Por lo tanto, existe un vínculo entre la capacidad de una persona para golpear una roca y las propiedades del sonido: un buen golpe produce un buen sonido. El trabajo de Ian Cross y Elisabeth Blake mostró que la percusión de las hojas de pedernal produce un sonido percibido como musical en mayor o menor grado. Esta percepción de musicalidad correspondía a lo «útil» que era la hoja, es decir, si era larga, fina y con mucho filo. Mi propia investigación busca desarrollar esto aún más, diseñando experimentos para probar cuán importante es el sonido para el acto de cortar durante el aprendizaje y la creación.

La investigación sobre los orígenes del arte sugiere que algunos materiales comunes como el pigmento mineral ocre o las conchas marinas fueron los medios para las primeras incursiones abstractas en la creatividad visual. Del mismo modo, los sonidos cotidianos de la fabricación de herramientas de piedra pudieron ser una forma en la que los homininos crearon nuevas asociaciones entre el sonido de los objetos y la vida social. Con el trascurrir del tiempo, el acto de golpear una roca se convierte en una forma para que los homininos desarrollen una práctica social cuasi musical, centrada en el ruido producido al golpear concertadamente objetos; una práctica en la que se deriva un tambor a partir de una roca. Las herramientas de piedra y sus propiedades acústicas pudieron ser un componente en la constelación de procesos que llevaron a los homininos a desarrollar la amplia gama de música creada en la actualidad.

Durante tres millones de años, los homínidos produjeron ruidos fuertes al golpear objetos; este ruido contenía información, misma que podría ayudarlos a alcanzar sus objetivos. Los homininos que prestaron atención a este ruido llegarían a asociar estos sonidos con resultados positivos, buenas interacciones sociales o herramientas útiles. Cada dispersión de fragmentos de roca podría representar docenas de pequeños sonidos que encendían una chispa en la corteza auditiva temprana. Estas chispas pudieron haber creado asociaciones entre los estímulos y su respuesta que evolucionaron hacia algo nuevo. Algo que cientos de miles —tal vez millones— de años más tarde haría que una multitud en Glasgow se perdiera en un “slam” al sonido de Soulfly.

Con el trascurrir del tiempo, el acto de golpear una roca se convierte en una forma para que los homininos desarrollen una práctica social cuasi musical, centrada en el ruido producido al golpear concertadamente objetos; una práctica en la que se deriva un tambor a partir de una roca.

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