Un artículo reciente en el periódico The Guardian, titulado audazmente “Los seres humanos explotan y destruyen la naturaleza a una escala sin precedentes” describió investigaciones que demuestran que los seres humanos están diezmando nuestro hogar con impactos devastadores para los demás organismos que viven de y en él.  El planeta está luchando por soportar el consumo excesivo de miles de millones de personas que, principalmente dentro del mundo industrial desarrollado, han creado una cultura de deseo y consumo materialista.  Si bien hay una gran cantidad de investigaciones y artículos que detallan los próximos pasos radicales que deberíamos tomar para solucionar esta desastrosa trayectoria, son pocos los que miran hacia atrás para comprender cómo llegamos a este momento. ¿Es esto una inevitabilidad de nuestra especie “inteligente”, de los pretendidos herederos ‘superiores’ de la Tierra?

Humans exploiting and destroying nature on unprecedented scale report aoe

Mucha gente se apresurará a decir «sí» a esta pregunta; después de todo, nos han enredado con la narrativa de que el Homo sapiens es una especie única, que ha tenido éxito donde muchos de nuestros primos evolutivos han fracasado. Pero es esta misma narrativa la que constituye el problema, y ​​la que quizás legitima algunas de las acciones que nosotros tomamos hoy, y por «nosotros» me refiero casi exclusivamente a aquellos de nosotros que vivimos en sociedades industrializadas a gran escala.  En algún lugar de la historia de nuestra sociedad, hemos creado la narrativa digerible de que, evolutivamente, tenemos el derecho de causar estragos en el planeta.  Yo argumentaría, desde una perspectiva antropológica, que esto ha sido alimentado y perpetuado por un grave malentendido de nuestros orígenes y evolución.

En algún lugar de la historia de nuestra sociedad, hemos creado la narrativa digerible de que, evolutivamente, tenemos el derecho de causar estragos en el planeta.  Yo argumentaría, desde una perspectiva antropológica, que esto ha sido alimentado y perpetuado por un grave malentendido de nuestros orígenes y evolución.

Esta idea de la superioridad de nuestra especie tiene sus raíces en perspectivas tempranas sobre la evolución humana. Los libros seminales de Darwin, Sobre el origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871), coincidieron con los primeros descubrimientos de la antigüedad de los humanos, sobre todo con el descubrimiento de un cráneo neandertal en el valle de Neander (Alemania), reconocido por primera vez como una especie diferente de homínido por Lyell en Las evidencias geológicas de la antigüedad del hombre (1863). El pensamiento de la Ilustración, uno de los principios fundadores de la sociedad europea del siglo XIX, formó la base de cómo se recibieron estas nuevas ideas sobre los orígenes humanos.  Un componente clave del pensamiento ilustrado surgió de la física clásica: el universo es mecánico, se rige por leyes causales naturales y se divide en oposiciones binarias cartesianas como humano/animal, mente/cuerpo y naturaleza/cultura.

Quizás como consecuencia de este pensamiento, o para hacer la idea de la evolución humana más aceptable para personas poco versadas en el pensamiento darwiniano, las primeras discusiones sobre la evolución humana proyectaron el proceso como una marcha progresiva hacia el excepcionalismo y la superioridad lograda por la sociedad del siglo XIX en el mundo occidental.  Los neandertales fueron retratados como los opuestos del Homo sapiens, convirtiéndose en los primos evolutivos salvajes que eran incapaces de exhibir los comportamientos sofisticados de nuestra especie, como el lenguaje, la tecnología compleja o el arte.  También se hicieron comparaciones entre la tecnología de piedra «primitiva» de los primeros humanos y las tecnologías de las sociedades de cazadores-recolectores contemporáneos, y eso sirvió para legitimar el colonialismo: las sociedades industriales del siglo XIX se percibían a sí mismas como grupos que habían escapado de este pasado «bárbaro», mientras que veían a los grupos de cazadores-recolectores como si se hubieran quedaron “congelados” en esa forma de vida.  La idea de que la sociedad industrial contemporánea era el pináculo de un proceso lineal que había estado en curso durante milenios, se convirtió en una creencia profundamente arraigada en las cosmovisiones occidentales del siglo XIX, incluso reemplazando las creencias religiosas creacionistas (McNabb 2012).

La idea de que la sociedad industrial contemporánea era el pináculo de un proceso lineal que había estado en curso durante milenios, se convirtió en una creencia profundamente arraigada en las cosmovisiones occidentales del siglo XIX, incluso reemplazando las creencias religiosas creacionistas.

Si bien el pensamiento posmoderno ha tratado de desafiar las visiones fundacionistas del universo mecánico que se divide en oposiciones binarias, estas ideas de progresión del siglo XIX todavía conforman una parte clave de la manera en que muchas personas en las sociedades industriales desarrolladas perciben el mundo: los humanos están separados de la naturaleza y la dominan.  Pero la crisis climática ha puesto de manifiesto que no lo estamos; nuestro impacto en el medio ambiente y la devastación causada a pueblos y ciudades por condiciones climáticas extremas demuestran la imbricada y delicada relación que tenemos con la naturaleza.

Las perspectivas antropológicas sobre la evolución humana desafían aún más la idea anacrónica de la superioridad humana y las narrativas de progresión lineal.  Por ejemplo, ahora sabemos que nuestros primos evolutivos más cercanos, los neandertales, tenían probablemente la misma capacidad cognitiva que nosotros, pudiendo producir complejas tecnologías de herramientas e incluso arte.  No fuimos una especie superior que causó directamente la desaparición de los neandertales por ser más listos que ellos; en cambio, es probable que esto haya ocurrido por una miríada de diferentes y complejos procesos ambientales, sociales y demográficos. Aunque la explicación de la supervivencia de nuestra especie sea objeto de un acalorado debate, la idea de que sobrevivimos porque éramos «mejores» o «más evolucionados» es ya obsoleta.

Los estudios etnográficos también muestran qué tan ‘raras’ o W.E.I.R.D – un inteligente acrónimo acuñado por primera vez por Henrich et al. 2010 que se refiere a gente occidental (Western), educada (Educated), industrial (Industrial) y rica (Rich) que vive en configuraciones sociales democráticas (Democratic)– resultan estas perspectivas en sociedades industriales desarrolladas.  Muchas sociedades en pequeña escala a menudo tienen la visión, profundamente arraigada, de que son fundamentalmente iguales a otros seres vivos en su mundo;  no se perciben a sí mismos como superiores a la naturaleza, sino como participantes de un mundo natural compartido.  La profundidad de este entendimiento dentro de estas sociedades puede deberse a sus estilos de vida.  Aunque ciertamente se trata de una simplificación excesiva de la gran diversidad de estas sociedades y de sus concepciones ontológicas (que se resisten a las generalizaciones), nos sirve para arrojar nueva luz sobre nuestros propios estilos de vida y visiones del mundo.

Las perspectivas antropológicas sobre la evolución humana desafían aún más la idea anacrónica de la superioridad humana y las narrativas de progresión lineal.  Por ejemplo, ahora sabemos que nuestros primos evolutivos más cercanos, los neandertales, tenían probablemente la misma capacidad cognitiva que nosotros, pudiendo producir complejas tecnologías de herramientas e incluso arte

Parece que nosotros, en el mundo industrial, nos hemos alejado de aquellas comprensiones arraigadas en las sociedades de pequeña escala al presentarnos como la cúspide de los procesos evolutivos y al legitimar nuestros desastrosos estilos de vida. Nuestro grado de separación del mundo natural nos ha aplacado. Ya no somos sensibles a la devastación causada por nuestro consumo excesivo; hemos creado una realidad alternativa en la que situamos a las plantas y los animales como subordinados a nuestras propias necesidades. En consecuencia, seguimos consumiendo y destruyendo para alimentar nuestro estilo de vida ecológicamente desastroso, quizás porque simplemente no somos conscientes de las verdaderas consecuencias de estas acciones.

Entonces, ¿qué pueden ofrecernos las perspectivas antropológicas brevemente presentadas aquí a las sociedades industriales de gran escala, con nuestras vidas materialistas y orientadas al consumo? ¿Podemos incluso cambiar radicalmente nuestros estilos de vida para que sean más parecidos a los de las sociedades de pequeña escala? Aunque nuestra enmarañada dependencia con los objetos materiales pueda ser una consecuencia irreversible de nuestras grandes sociedades, como sostiene el arqueólogo Ian Hodder (2012), aún podemos cuestionar las perspectivas fundacionales que nos han llevado hasta aquí. Un cambio en nuestra forma de pensar, que nos haga darnos cuenta de que somos una parte intrínseca de este mundo y no dominadores sobre él en virtud de alguna medida arbitraria de superioridad o narrativas de progresión, podría ser un buen punto de partida. El mundo no es sólo nuestro, y debemos aprender a apreciarlo y compartirlo con nuestras especies vecinas. Varias perspectivas sobre la crisis climática han subrayado la importancia de que «volvamos a la naturaleza» y apreciemos que formamos parte de una red de vida interconectada. Si aprendemos a percibirnos como partícipes, en lugar de opositores del mundo natural, es probable que seamos más comprensivos con la crisis a la que se enfrenta tanto nuestra especie como todas las demás.

Un cambio en nuestra forma de pensar, que nos haga darnos cuenta de que somos una parte intrínseca de este mundo y no dominadores sobre él en virtud de alguna medida arbitraria de superioridad o narrativas de progresión, podría ser un buen punto de partida. El mundo no es sólo nuestro, y debemos aprender a apreciarlo y compartirlo con nuestras especies vecinas.

Bibliografía

Henrich, J., Heine, S.J. and Norenzayan, A. (2010) ‘Most people are not WEIRD.’ Nature 466: 29.

Hodder, I. (2012) Entangled: An Archaeology of the Relationships Between Humans and Things. Chichester: Wiley-Blackwell.

McNabb, J. (2012) Dissent with Modification: Human Origins, Palaeolithic Archaeology and Evolutionary Anthropology in Britain 1859 – 1901. Oxford: ArchaeoPress

Compártenos

Deja una respuesta