Tradicionalmente, los grupos humanos han sentido una particular fascinación por asentarse cerca de enclaves montañosos, no solo por la belleza que suele emanar de estos sitios, sino porque representan una importante fuente de suministros básicos para la vida humana, particularmente cuando alguna de estas montañas es una estructura geológica volcánica.

Puesto que, más allá de lo destructivo que pueden llegar a ser durante algunos episodios de su “vida” geológica, los volcanes proporcionan un sinfín de materiales útiles para los asentamientos humanos: rocas diversas para la confección de utensilios destinados a la caza y la recolección, para pulir metales, para confeccionar cerámica y, por supuesto, para la construcción de viviendas y monumentos. Pero, sobre todo, uno de los principales beneficios generados por el vulcanismo es la formación de acuíferos y manantiales a partir del agua que se encuentra contenida en las rocas volcánicas, que además de su utilidad para la agricultura, la ganadería, e incluso para la generación de energía, la vuelve útil para el consumo humano.

Y cuando además se encuentran ubicados en zonas tropicales, que suelen tener bastas precipitaciones pluviales, los suelos volcánicos tienden a ser mucho más fértiles debido a la alteración que el agua genera en los materiales volcánicos expuestos a la superficie.

Tradicionalmente, los grupos humanos han sentido una particular fascinación por asentarse cerca de enclaves montañosos, no solo por la belleza que suele emanar de estos sitios, sino porque representan una importante fuente de suministros básicos para la vida humana, particularmente cuando alguna de estas montañas es una estructura geológica volcánica.

En el departamento de Sololá, en Guatemala, a casi tres horas de la ciudad de Guatemala, se encuentra precisamente uno de estos accidentes hidrográficos producto de la acción volcánica, el lago Atitlán, que ocupa una imponente caldera volcánica formada hace 85,000 y 65,000 años atrás. Debido a la permanente actividad volcánica que continuó años después de su origen, dentro de su propia caldera se formaron tres volcanes que hoy en día constituyen el límite sur del lago: el Atitlán, el Tolimán y el San Pedro la Laguna (los Tres Gigantes).

El lago Atitlán es uno de los lagos más importante de Centroamérica, y representa una de las principales fuentes económicas de la zona, debido al aporte turístico y comercial que se genera entre las comunidades que lo rodean, como Panajachel, probablemente el sitio turístico más emblemático de esta zona. Dado que está enclavado entre las montañas centrales de Guatemala, se encuentra a más de 1500 metros sobre el nivel del mar, alcanza una profundidad de 320 metros, y ocupa una superficie de alrededor de 130 kilómetros cuadrados.

Por supuesto, al mirar en el presente la majestuosidad del imponente lago, resultaría imposible pensar que un asentamiento humano pudo establecerse dentro de sus propios confines. Sin embargo, gracias al descubrimiento que hizo un buzo guatemalteco a finales del siglo pasado, a partir del 2008 se inició con las investigaciones arqueológicas subacuáticas que dejaron “al descubierto” que, en el lado sur del lago, hace unos 1700 años, cuando el nivel del agua estaba por lo menos 25 metros más abajo de lo que está en la actualidad, existieron tres islas, en una de las cuales se encuentran vestigios de una antigua población Maya que habitó está encantadora zona. El poblamiento se prolongó hasta que las fuerzas dinámicas de la naturaleza cubrieron por completo la pequeña comunidad, hoy conocida como Samabäj.  

Sin embargo, gracias al descubrimiento que hizo un buzo guatemalteco a finales del siglo pasado, a partir del 2008 se inició con las investigaciones arqueológicas subacuáticas que dejaron “al descubierto” que, en el lado sur del lago, hace unos 1700 años, cuando el nivel del agua estaba por lo menos 25 metros más abajo de lo que está en la actualidad, existieron tres islas, en una de las cuales se encuentran vestigios de una antigua población Maya que habitó está encantadora zona.

Hasta este momento, se han encontrado diversas piezas de cerámica, así como estructuras que refieren a basamentos rectangulares, posibles graderías, algunas estructuras circulares, pequeñas bases, al parecer para atracaderos, y lo que seguramente debió ser una plazuela cerrada, construida en la parte más elevada del terreno, que posiblemente funcionó como recinto público, para la realización de rituales. En su interior se han encontrado hasta ahora 11 monumentos y algunas estelas lisas. Las excavaciones también han recuperado huesos de animales no humanos, e incluso un diente humano quemado. 

En otra área del sitio se han encontrado pequeñas estructuras circulares, con un diámetro de apenas 1.25 metros, que se encuentran bastante bien conservadas y que, debido a su forma, se presume que pudieron ser baños de vapor, los llamados temazcalli, ampliamente esparcidos por distintos enclaves mesoamericanos. Desde esas épocas, los temazcalli han sido utilizados de forma regular con fines rituales y medicinales, y probablemente también como sitios para la higiene, el descanso y la relajación. En la actualidad, todavía en algunos pueblos del altiplano Guatemalteco, como San Lucas Tolimán y San Pedro la Laguna, afincados precisamente a la orilla del lago Atitlán, los baños de vapor siguen estando asociados con áreas domésticas y se relacionan con rituales curacionales (limpias), o se efectúan después de un parto.

Así que bien parece que, desde sus orígenes, las zonas que hoy en día rodean al lago Atitlán, incluyendo la parte central, coronada por lo que actualmente es la zona arqueológica de Samabäj, debieron haber sido sitios recurrentes para el comercio y  actividades político/religiosas, además de espacios para la sanación espiritual o la relajación corporal. Lo anterior puede apreciarse plenamente en una visita a Panajachel, el epicentro de las actividades turísticas del lago, un lugar que cuenta con bellas reservas naturales, buenos bares y restaurantes, la famosa calle Santander, el mercado de Chichicastenango, la iglesia de San Francisco, el Museo Lacustre, también conocido como Museo de Arqueología Maya Subacuática, y buenos lugares de hospedaje, para todos los bolsillos, como el Hotel Posada de los Volcanes.

Panajachel ofrece, de forma especial, una espectacular vista a los tres volcanes que rodean el Lago Atitlán, que es, además, un buen punto de partida para que, por medio de lancha, se puedan visitar las otras comunidades que rodean el lago, donde aún habitan algunos descendientes de Cakchiqueles y Tzutujiles, grupos etnolingüísticos de origen Tolteca-Maya.

Panajachel ofrece, de forma especial, una espectacular vista a los tres volcanes que rodean el Lago Atitlán, que es, además, un buen punto de partida para que, por medio de lancha, se puedan visitar las otras comunidades que rodean el lago, donde aún habitan algunos descendientes de Cakchiqueles y Tzutujiles, grupos etnolingüísticos de origen Tolteca-Maya.

Ellos son pobladores que, de acuerdo con algunas fuentes, como el Popol Vuh, o el Memorial de Sololá, llegaron al altiplano Guatemalteco provenientes de las primeras migraciones que partieron desde la mítica Tollan o Tulán, una gran meca de la antigüedad, un gran centro mesoamericano de poder, de convergencia y dispersión de pueblos de diversas regiones, algunos de los cuales, una vez que abandonaron la enigmática ciudad, iniciaron una diáspora que los llevaría a asentarse en las tierras altas de lo que hoy conforma Guatemala.

Entre los siglos VIII y XIII, Chichén Itzá fue una metrópoli que parece haber integrado de forma espectacular el antiguo legado Maya con las influencias políticas, religiosas y culturales originadas tanto en Teotihuacán como en Tula, y cuya desintegración de poder coincide de forma más precisa con la diáspora tanto de k’iche’s como de kaqchikeles hacia Centroamérica.

Incluso hoy en día continúa existiendo una controversia entre si la mítica Tulán es alguna de las dos principales ciudades del periodo clásico y clásico tardío del altiplano central mesoamericano, Teotihuacán o Tula respectivamente, cuya caída (Tula) es, para la mayoría de los autores que tratan temas relacionados con la migración de los pueblos Mayas a las tierras altas Guatemaltecas, la que produce la desbandada migrante de los k’iche’ y los kaqchikeles, o si se trata de Chichén Itzá, la poderosa urbe Maya del oriente de la península de Yucatán que floreció durante el posclásico temprano mesoamericano. Entre los siglos VIII y XIII, Chichén Itzá fue una metrópoli que parece haber integrado de forma espectacular el antiguo legado Maya con las influencias políticas, religiosas y culturales originadas tanto en Teotihuacán como en Tula, y cuya desintegración de poder coincide de forma más precisa con la diáspora tanto de k’iche’s como de kaqchikeles hacia Centroamérica. Además, parece que los rasgos culturales y sociales de los grupos migrantes que habitan el área montañosa de la actual Guatemala se identifican mejor con las tradiciones de Chichén Itzá que con las de Tula.

Finalmente, lo más importante que nos enseña esta enorme trama de migraciones ancestrales entre poblaciones en la parte central del continente americano es que los humanos, sin duda, somos primates migrantes por naturaleza. Asimismo, aprendemos que, gracias a estas interminables dinámicas demográficas, las poblaciones humanas pueden enriquecer de manera constante su acervo biológico y cultural, algo que, sin duda, jamás debería ser menospreciado, y que queda patente cuando uno visita alguno de los actuales pueblos que rodean el encantador Lago Atitlán.

Asimismo, aprendemos que, gracias a estas interminables dinámicas demográficas, las poblaciones humanas pueden enriquecer de manera constante su acervo biológico y cultural, algo que, sin duda, jamás debería ser menospreciado, y que queda patente cuando uno visita alguno de los actuales pueblos que rodean el encantador Lago Atitlán.

Referencias

Recinos, Adrián (Trad.). 1947. Popol Vuh. Libro del Común de los Quichés. Colección Literatura Latinoamericana. Casa de las Américas. La Habana. Cuba.

Carmack y Mondloch. 1983. El Título de Totonicapán. Universidad Nacional Autónoma de México / Instituto de Investigaciones Filológicas (UNAM) / Centro de Estudios Mayas (UNAM) (Fuentes para el estudio de la cultura maya; 3).

Recinos, Adrián (Trad.). 1950. MEMORIAL DE SOLOLÁ. ANALES DE LOS CAKCHIQUELES. Traducción directa del original, introducción y notas. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Florescano, Enrique. 2004. Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica. Editorial Taurus.

Medrano, Sonia. 2015. “Samabaj, una isla sumergida en Atitlán”. Arqueología Mexicana núm. 134, pp. 44-49.

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