En el célebre cuento corto de Washington Irving, Rip Van Winkle, el personaje, homónimo para más señas, se queda dormido en el bosque sólo para despertar al día siguiente veinte años más viejo. Rip Van Winkle es a todas luces amable y buena persona, pero causa tristeza debido a que ha perdido una gran porción de su vida en estado inconsciente. Lo importante no es el transcurso de veinte años en una vida, sino la falta de certidumbre de qué pasó con ese tiempo. Un tiempo perdido, sin experiencia y sin evocaciones, y sin embargo Rip Van Winkle es simplemente veinte años más viejo.

 

La nueva rutina emerge rápidamente, cíclica y repetitiva. Como con el personaje de la famosa película de los 80’s Atrapado en el tiempo o El día de la marmota en donde todos los días parecen convertirse en el mismo que, cotidianamente, se repite con pocas variaciones

La vida cotidiana y su rutina configuran nuestra percepción del tiempo. Solemos singularizar los días a partir de nuestras acciones y de los espacios donde esas acciones se desarrollan: la familia, el trabajo, el descanso, el gimnasio, el cine, etcétera. Y estos espacios y hechos configuran y matizan los días, las semanas, las estaciones, los años y nuestra existencia completa.

Con el confinamiento, lo primero que potencialmente desaparece es la frontera entre lo público y lo privado. Luego, si uno tiene la suerte de desarrollar una actividad laboral que pueda llevarse a cabo desde casa, puede que sea capaz de organizar su tiempo para llevar a cabo las actividades básicas y cotidianas en el espacio hogareño; si no es así, una drástica reducción de actividades aquejará la cotidianidad del confinado. En cualquier caso, para unos y otros, el confinamiento supone una ruptura con el orden cotidiano y aunque pueda hallarse en el aislamiento un cierto placer y hasta confort derivado de vivir una especie de vacaciones sin fecha de caducidad, una cierta repetición monocromática de la actividad cotidiana construye poco a poco un nuevo orden y debido a ello surge una nueva percepción del tiempo, donde los días comienzan a parecerse alarmantemente unos a otros.

La nueva rutina emerge rápidamente, cíclica y repetitiva. Como con el personaje de la famosa película de los 80’s Atrapado en el tiempo o El día de la marmota en donde todos los días parecen convertirse en el mismo que, cotidianamente, se repite con pocas variaciones.

Ante la aparente eterna repetición, algunos intentan introducir nuevas dinámicas que den sentido y permitan diferenciar el tiempo, pues la incapacidad de hacerlo supone y sugiere la imposibilidad de la memoria, sugiere despertar veinte años después sin experiencias, más viejos y sin memoria. Como una especie de Rip Van Winkle, que no se quedó dormido, pero cuyo resultado es el mismo: un ser sin recuerdos, excepto aquellos originados previamente al sueño-confinamiento. Y como somos seres memoriosos, la otra posibilidad para controlar y dar sentido al paso del tiempo y su aparente repetición es precisamente domeñar el tiempo haciendo uso de los recuerdos. La evocación se convierte en estrategia de aprehensión de un orden ante la ausencia de éste, al menos tal y como lo conocemos y experimentamos antes de la situación de excepcionalidad que supone el confinamiento.

Como consecuencia indirecta de la búsqueda de un orden a través de los recuerdos surge la nostalgia del tiempo vivido, pero no de ese tiempo amorfo y sin lógica aparente, sino el de las personas y los hechos que han marcado nuestra existencia vital. La búsqueda de un orden pasa por la memoria, ésta trasmuta en nostalgia que luego se dinamiza en una especie de intento de recuperación de lo que nos constituye como individuos.

 

La vida cotidiana y su rutina configuran nuestra percepción del tiempo. Solemos singularizar los días a partir de nuestras acciones y de los espacios donde esas acciones se desarrollan

Conforme transcurre el tiempo del confinamiento aumentan las tomas de contacto, las llamadas inesperadas a antiguos amigos o familiares, la búsqueda de personas con significado importante en esa otra vida… las notas en botellas tiradas al mar que intentan recuperar afectos, si no perdidos, sí lejanos o distantes en el espacio de los afectos. En otros casos, como un intento de recomposición de lo que debió o pudo ser y no fue. El nuevo orden supone en un sentido la desaparición del anterior, y en el tránsito a él puede emerger un maquillaje de lo evocado, un intento de recomponer-recuperar lo que nos define como personas.

Otra alternativa que surge de la evocación como estrategia de recuperación del orden perdido aparece justo en el lado opuesto, y es la posibilidad de la reinvención, no sólo de un nuevo orden, sino de un nuevo Yo. Y aunque seductora, esta posibilidad incorpora un pequeño ser que, como el virus, se multiplicará hasta ocupar la totalidad el cuerpo de su hospedero, hasta habitarnos en pleno como sociedad. Ese nuevo ser se llama miedo.

Conforme transcurre el tiempo del confinamiento aumentan las tomas de contacto, las llamadas inesperadas a antiguos amigos o familiares, la búsqueda de personas con significado importante en esa otra vida… las notas en botellas tiradas al mar que intentan recuperar afectos, si no perdidos, sí lejanos o distantes en el espacio de los afectos

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