Tras la masacre de odio en Buffalo, un ejemplo reciente del aumento global de ataques terroristas por parte de supremacistas blancos, existe una necesidad urgente de hacer un balance de los mitos que alimentan la ideología del supremacismo blanco. El objetivo de este ensayo es identificar estos mitos y describir brevemente cómo interactúan para reforzar la ideología de la supremacía blanca.

El asesino de Buffalo, un joven de 18 años de Conklin, Nueva York, eligió un vecindario de habitantes de color donde disparó a 13 personas y mató a diez. Este joven copió elementos de incidentes anteriores de terrorismo supremacista blanco, como el usar equipo paramilitar y un rifle de asalto, transmitir en vivo su atrocidad por internet y escribir un «manifiesto» para detallar su trastornada ideología de odio. Hay paralelismos con otras masacres cometidas por supremacistas blancos, entre los que se incluyen:

  • El tiroteo en la mezquita de Christchurch (Nueva Zelanda) de 2019, en el que un australiano de 28 años asesinó a 51 musulmanes e hirió a otro;
  • El tiroteo de El Paso (Texas) de 2019, en el que un texano de 21 años, de familia de clase media alta, asesinó a 23 latinos e hirió a otros 23;
  • El tiroteo en la sinagoga de Pittsburgh (Pensilvania) de 2018, en el que un hombre oriundo de Pensilvania de 46 años asesinó a 11 judíos e hirió a seis;
  • El tiroteo en la iglesia de Charleston (Carolina del Sur) de 2015, en el que un hombre de Carolina del Sur de 21 años asesinó a nueve personas afroamericanas.

En los últimos días, se ha discutido en la prensa que el joven que presuntamente atacó con un martillo al esposo de Nancy Pelosi el pasado 28 de octubre parece haber estado motivado por una amalgama de teorías conspirativas de derecha, entre ellas el racismo y el antisemitismo.

El terrorismo de la supremacía blanca es un fenómeno global en países donde hay una parte significativa de la población que es socialmente clasificada como blanca, incluso en Sudáfrica, donde los “blancos” constituyen una minoría socioeconómicamente poderosa.

“El terrorismo de la supremacía blanca es un fenómeno global en países donde hay una parte significativa de la población que es socialmente clasificada como blanca”

El terrorismo de la supremacía blanca puede concebirse como la punta de un iceberg con una masa mucho mayor de ideología y práctica de la supremacía blanca que queda bajo la superficie. El supremacismo blanco está dirigido contra los negros e indígenas, contra otras personas de color y contra los judíos.

Tres mitos claramente identificables subyacen en la instanciación actual de la ideología supremacista blanca: (1) el racismo científico; (2) las teorías conspirativas del llamado “gran reemplazo” y el “genocidio blanco”; y (3) el mito “postracial” (mediante el que se trivializa la existencia del racismo supremacista blanco y se niega o minimiza la existencia del racismo estructural). Existen interrelaciones entre estos tres mitos centrales, pero los dos últimos dependen más o menos explícitamente de los supuestos del primero. Los primeros dos mitos se han discutido bastante extensamente en otros lugares, así que los repasaré brevemente y luego pasaré a una discusión sobre cómo el tercer mito, que generalmente se considera bastante inocuo, de hecho interactúa con los otros dos mitos para reforzar el supremacismo blanco.

“El terrorismo de la supremacía blanca puede concebirse como la punta de un iceberg con una masa mucho mayor de ideología y práctica de la supremacía blanca que queda bajo la superficie”

El racismo científico, el más antiguo de los tres mitos, es una ideología surgida a finales del siglo XIX y principios del XX que fusiona ideas racistas preexistentes sobre la supuesta supremacía de los pueblos del norte de Europa con ideas surgidas a raíz del surgimiento de la teoría evolutiva en biología. El racismo científico fue una nueva forma de racismo que consolidó la ideología supremacista blanca que la precedió: la creencia de que la raza «nórdica», «aria» o «teutónica» tenía una capacidad superior para la civilización, y la noción de que el mestizaje o la mezcla con otras razas debe evitarse para preservar la “pureza” de la raza blanca. El racismo científico también generó el movimiento eugenésico, en el que se creía ampliamente que fomentar la reproducción entre personas que tenían características que se percibían como socialmente deseables podría mejorar la “raza blanca”. El corolario fue que las personas y las «razas» percibidas como inferiores deberían ser desalentadas de reproducirse, un tema que luego se entrelazó con la «teoría del gran reemplazo».

El segundo mito implica teorías de conspiración en las cuales los blancos están amenazados por otras “razas” y grupos étnicos. Por ejemplo, la “teoría del gran reemplazo” y el “genocidio blanco” son mitos interrelacionados que surgieron poco después del surgimiento del racismo científico, a principios del siglo XX. A grandes rasgos, puede decirse que el “gran reemplazo” es una ideología que se originó en el nacionalismo francés y norteamericano. Sus principios son que la pureza racial es necesaria para la supervivencia de las naciones, que la “raza blanca” es superior y se debilitará al cruzarse con una “estirpe” inferior. Por lo general, este mito también se ve aparejado con un aspecto antisemita en el que se cree que los judíos están orquestando el “reemplazo”, y, al mismo tiempo, se sostiene una obsesión pronunciada al respecto de las tasas competitivas de natalidad de las diferentes “razas”. El nacionalista francés y antisemita Maurice Barrès fue uno de los primeros en popularizar el darwinismo racial, promoviendo la idea de que diferentes razas competían por su supervivencia continua. Para Barrès, preservar la pureza racial de Francia era de suma importancia. En esto, sin duda, estuvo influenciado por su mentor, Jules Soury, un escritor científico que se había convertido en una autoridad en la fisiología del sistema nervioso y la inteligencia, y que propuso la tesis de que los judíos eran inferiores basándose en supuestas diferencias neurológicas entre la «raza aria” y la “raza semítica”. Mientras tanto, en los EE. UU., un neoyorquino de élite, Madison Grant, se involucró con la Liga de Restricción de la Inmigración (“Immigration Restriction League”) y la Asociación sobre Investigación en Eugenesia (“Eugenics Research Association”), y recurrió al darwinismo racial para reforzar su creencia de que la cultura anglosajona en ese país estaba en peligro por la inmigración del sur y el este de Europa. Posteriormente, Grant adoptó la idea de que existen diferencias innatas entre los europeos del norte, a quienes consideraba los ancestros legítimos de la cultura estadounidense, y sus contrapartes del sur y el este de Europa.

La teoría del gran reemplazo ha experimentado un resurgimiento alarmante en Europa y en los EE. UU. en los últimos años, y forma la base de los manifiestos de los terroristas supremacistas blancos junto con el racismo científico. Mientras tanto, el mito del “genocidio blanco” en Sudáfrica es promulgado por un grupo afrikáner de extrema derecha llamado “Suidlanders” (sureños) que creen que están luchando en una guerra contra personas no blancas dirigidas por “globalistas” que están dispuestos a diezmar o erradiciar a los blancos y a los cristianos. Creen que esta guerra fue profetizada por un líder espiritual de la guerra de los bóers con el nombre de Siener van Rensburg.

El tercer mito proviene de la reacción intensa que han suscitado los esfuerzos de las cruzadas por intentar alcanzar la justicia racial: la gente niega que existe el racismo estructural y sobrestima cuánto se ha hecho para reparar siglos de opresión racial sistemática. El racismo sistémico, definido como “los sistemas, fuerzas sociales, instituciones, ideologías y procesos de macronivel que interactúan entre sí para generar y reforzar las desigualdades entre los grupos raciales y étnicos”, [1] es un concepto que recientemente ha sido atacado por los conservadores. En el momento de redactar este texto, los jueces conservadores de la Corte Suprema de EE. UU. están sugiriendo poner fin a la acción afirmativa en las admisiones universitarias. La acción afirmativa en este contexto tiene como objetivo aumentar la representación de grupos minoritarios racializados en el cuerpo estudiantil.

“Tres mitos claramente identificables subyacen en la instanciación actual de la ideología supremacista blanca: (1) el racismo científico; (2) las teorías conspirativas del llamado “gran reemplazo” y el “genocidio blanco”; y (3) el mito “postracial” (mediante el que se trivializa la existencia del racismo supremacista blanco y se niega o minimiza la existencia del racismo estructural)”

La negación del racismo socava los intentos por reparar los efectos del racismo, ya sea afirmando que no hay ninguna necesidad, o afirmando que tales medidas son, de hecho, discriminatorias y efectúan un “racismo inverso”. Aunque hay varios términos que describen esta tendencia, la noción de “mito postracial” parece más adecuada para cubrir todos los contextos culturales geográficamente dispares en los que se aplica esta negación del racismo. El mito postracial es insidioso en el sentido de que normalmente no se basa directamente en afirmaciones generadas por el racismo científico (aunque también hay mucha inconsistencia y contradicción en este punto).

Gran parte del pánico moral reciente en los EE. UU. sobre la enseñanza de la «teoría crítica de la raza» en las escuelas, por ejemplo, tiene como objetivo evitar que los niños estadounidenses aprendan la desagradable historia de injusticia racial del país. En ese tenor, negar el papel que ha jugado el racismo supremacista blanco en la configuración de nuestro mundo desde el surgimiento del imperialismo europeo sirve para marginar aún más a los grupos racializados en la sociedad. Las llamadas “disparidades raciales” entresacadas a partir de datos socioeconómicos pueden ignorarse o se puede adjudicar culpa a los propios grupos racializados, generalmente insinuando que hay deficiencias en su “cultura”. Hay un esencialismo racial latente en el proceso de culpar a la “cultura” de las personas racializadas por los resultados sociales negativos, ya que este proceso oscurece los daños inmensos y continuos que el racismo les causa y ha causado a esas poblaciones. De hecho, esto es una movida que ha sido sacada directamente del libro de jugadas de los arquitectos del apartheid en Sudáfrica. Tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial, cuando el sentimiento antifascista aún era muy fuerte, ellos recurrieron al esencialismo cultural para “sanitizar” y promover su sistema de privación de derechos:

“Al construir una justificación intelectualmente coherente para el apartheid, los ideólogos nacionalistas cristianos con frecuencia optaron por inferir o sugerir teorías biológicas de la superioridad racial, en lugar de afirmarlas abiertamente. Por razones tanto pragmáticas como doctrinales, se prefirió el lenguaje difuso del esencialismo cultural al crudo racismo científico extraído del vocabulario del darwinismo social”. [2]

Durante las décadas de 1960 y 1970, hubo un resurgimiento del racismo científico manifiesto en Sudáfrica, pero una corriente subyacente siempre presente del racismo del apartheid fue el antisemitismo y la creencia de que el retraso cultural percibido o el primitivismo de los pueblos no blancos se debía a su inferioridad racial innata.

“La negación del racismo socava los intentos por reparar los efectos del racismo, ya sea afirmando que no hay ninguna necesidad, o afirmando que tales medidas son, de hecho, discriminatorias y efectúan un “racismo inverso”

El mito postracial también sustenta la idea ingenua de que ser “ciego a los colores” (“color blind”) es la forma de lograr la justicia racial. Los defensores de la ceguera racial suelen ser personas bien intencionadas a las que les gustaría ir más allá de un mundo racializado minimizando la existencia de categorías raciales construidas socialmente. Pueden estar expresamente en contra del sistema esencialista racial que fue creado por el racismo científico, o expresar agnosticismo sobre las “diferencias genéticas” entre los grupos raciales. El problema con el enfoque de “ceguera de color” es que, aunque el objetivo —lograr un mundo no racializado— sea un ideal virtuoso, se descuida mucho la praxis de cómo lograrlo. Ignorar la existencia de un racismo estructural profundamente arraigado simplemente deslava generaciones de trauma, privación de derechos y empobrecimiento para las personas racializadas de color y la ideología proliferante del supremacismo blanco. Es poco probable que este enfoque logre victorias concretas y materiales en la corrección de las desigualdades raciales, y hace poco para erradicar la ideología de la supremacía blanca (de hecho, podría argumentarse que la refuerza). Es poco probable que los problemas sociales, como las diferencias raciales en la esperanza de vida en los EE. UU. que se corresponden con los patrones geográficos de la esclavitud en el pasado, desaparezcan simplemente ignorando su existencia, cuando el estatus socioeconómico es un tema clave en la salud pública y cuando la parte de los ingresos de la mitad más pobre de la población mundial es hoy aproximadamente la mitad de lo que era en 1820.

Por ejemplo, la organización Foundation Against Intolerance & Racism (FAIR), que incluye al popular académico Steven Pinker en su junta de asesores, aboga por “trascender el color” y dice del racismo sistémico que:

Si bien muchas personas razonables no están de acuerdo sobre el significado, el impacto y la naturaleza del racismo sistémico, muchas de nuestras instituciones ahora suponen que los resultados grupales diferenciales son siempre el resultado del racismo u otra intolerancia, pasan por alto los éxitos de nuestra nación y promueven un enfoque racial basado en el agravio, una ideología racial esencialista que define a las personas por sus rasgos inmutables y las agrupa en consecuencia.

Ellos no exponen lo que creen que, dado el caso, el racismo estructural sea, pero definitivamente no puede reducirse a “intolerancia” (el concepto fue desarrollado precisamente con el propósito de ir más allá de los comportamientos intencionales de los actores racistas y el carácter moral de dichos actores) [3], y ciertamente tampoco es una “ideología esencialista de la raza” como se implica aquí. El racismo estructural es más bien un concepto que explica cómo el proceso de ser racializado por la ideología y las prácticas de la supremacía blanca (es decir, el racismo) ha dañado a los grupos que han sido racializados en un sistema basado en el esencialismo racial. FAIR tampoco declara cuáles creen que son las causas de los “resultados grupales diferenciales”, fuera del racismo estructural. Si no se cree que las disparidades en los resultados sociales entre grupos racializados sean el resultado de un proceso de racialización que lleva siglos ocurriendo, es decir, el racismo estructural, corresponde a los escépticos explicar en qué creen que se basan esas disparidades. A falta de hacerlo, las declaraciones de este tipo solo pueden servir para promulgar aún más el esencialismo racial (ya sea de las variantes biológicas o culturales).

La forma más nociva del mito posracial se transforma en racismo científico cuando las disparidades sociales en curso en la esperanza de vida, las medidas de salud, el estatus económico y el nivel educativo se atribuyen a la inferioridad genética y/o cultural de los pueblos racializados. Por ejemplo, las estadísticas de delincuencia se manipulan para presentar a los pueblos racializados como una amenaza para los blancos. Los grupos polarizados de extrema derecha también desempeñan un papel importante en la diseminación de propaganda diseñada para persuadir a otros de que los negros y los indígenas tienen ventajas sociales sobre los blancos, pero que no han logrado alcanzar la igualdad social y económica debido a las diferencias genéticas en la inteligencia de estos grupos (esta idea también es conocida como la “hipótesis hereditaria”). La hipótesis hereditaria se ha promulgado en el mundo académico desde la invención de las pruebas de coeficiente intelectual a principios del siglo XX, pero a pesar de que el consenso científico se alejó de la idea a fines del siglo XX por la inexistencia de pruebas empíricas que la respaldasen, ha logrado un resurgimiento popular ahora que los académicos hereditarios comenzaron a promoverla (junto con otras ideas científicamente desaparecidas sobre la raza) a una audiencia más amplia a través de la revista web de derecha Quillette. Una estratagema típica utilizada para promover la especulación hereditaria sobre las diferencias raciales en el coeficiente intelectual y el rendimiento en los EE. UU. es socavar la idea de que las condiciones ambientales del racismo estructural son las responsables. Para hacer esto, comparan desfavorablemente a los negros e indígenas, que tienen una historia única de opresión racial dentro de los EE. UU., con los estadounidenses de origen asiático, quienes, aunque a menudo enfrentan discriminación racial dentro del país, son un grupo étnicamente diverso compuesto en gran medida por inmigrantes (71% de los adultos asiático-americanos nacieron en otro país). Esto incluye, entre otros, a empresarios de élite nacidos en India y China.

Al presentar los intentos de alcanzar la justicia racial a través de la provisión consciente de oportunidades para los pueblos racializados (por ejemplo, la acción afirmativa) como injustificados y sin éxito, el mito posracial promueve las quejas de las personas que se identifican como blancas y que se ven a sí mismas como víctimas de la cultura “woke”. y que se inclinan a creer los mitos del racismo científico y el gran reemplazo. El mito posracial atrae a los individuos susceptibles a la ideología de la supremacía blanca y los radicaliza para que no hagan nada concreto que busque corregir el racismo. Se debe prestar más atención a este mito como una posible puerta de entrada al extremismo de la supremacía blanca.

[1] Gee, G. C. & Ford, C. L. 2011. ‘Structural racism and health inequities: Old issues, new directions’, Du Bois Review 8(1): 115-132, doi: 10.1017/S1742058X11000130

[2] Dubow, S. 1995. ‘Christian national ideology, apartheid, and the concept of ‘race’’. In Scientific racism in modern South Africa, pp. 246 Cambridge University Press. 

[3] Powell, J. A. 2008. ‘Structural racism: Building upon the insights of John Calmore’, North Carolina Law Review  86: 791-816.

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