Introducción

¿Qué nos hace humanos? Esta pregunta filosófica fundamental nos motiva a comprender el comportamiento humano del pasado desde diversos campos, comenzando por la arqueología y la paleoantropología hasta la biología, pasando por las ciencias cognitivas y otras disciplinas.  Comprender los procesos de la evolución humana, particularmente cuándo, por qué y cómo surgieron ciertos comportamientos en nuestros ancestros más antiguos, sin duda encierra parte de la respuesta a esta pregunta. Durante las últimas décadas, y de hecho, siglos, de investigación, ha habido una gran cantidad de intentos por proporcionar respuestas que se centran en identificar las capacidades que nos diferencian del resto de los mamíferos. Las respuestas han variado desde señalar comportamientos cotidianos, como la fabricación de herramientas o la producción de fuego, hasta enfatizar marcadores de creatividad como el arte, la ornamentación personal o incluso las prácticas funerarias.

La suposición implícita que acecha bajo la superficie de estos intentos por responder a la pregunta es que existe un «umbral de oro» que nos hace únicos de otras especies, un rasgo central de nuestra naturaleza que hace que nuestros parientes sean excepcionales. Estas discusiones han asociado intrínsecamente tales «umbrales de oro» a las capacidades cognitivas, argumentando que la aparición de ciertos comportamientos en el registro arqueológico debe estar asociada con cambios significativos en la organización o el desarrollo del cerebro humano. La llamada “revolución del Paleolítico Superior” refleja el espíritu de este modo de pensar. Arraigada fundamentalmente en enfoques centrados en Europa, esta idea proponía que un cambio cognitivo debió haber ocurrido una vez que Homo sapiens llegó a Europa, lo que estimuló la «explosión» de la cultura material y visual. Hay problemas que se hacen patentes con esta forma de pensar. Particularmente, los aspectos tafonómicos, de preservación y el reconocimiento de sesgos de investigación curiosamente han estado ausentes de tales discusiones.

Estas discusiones han asociado intrínsecamente tales «umbrales de oro» a las capacidades cognitivas, argumentando que la aparición de ciertos comportamientos en el registro arqueológico debe estar asociada con cambios significativos en la organización o el desarrollo del cerebro humano.

En años más recientes, esta perspectiva del excepcionalismo humano ha sido cuestionada. Los neandertales, otrora percibidos como un bruto «eslabón perdido» entre los humanos y los simios, se han entendido como una especie con comportamientos culturales igualmente intrincados, capaces de producir tecnologías complejas de herramientas compuestas, adhesivos sintéticos, ornamentación personal e incluso arte parietal. Esto representó un problema: si estos comportamientos se han relacionado con el excepcionalismo de nuestra especie inteligente, ¿cómo podría ser que estén presentes en otra especie? Las respuestas inmediatas a algunas de las pruebas anteriores consistió en descartarlas por completo, alegando problemas con la atribución de la autoría neandertal. “¿Quizás H. sapiens estuvo presente en áreas insospechadas antes de lo que pensábamos?”, inquirieron, “¿O tal vez esos molestos neandertales robaron objetos o ideas de sus mucho más inteligentes primos?” El «problema de los neandertales», como solía llamarse, parece haberse resuelto ahora en silencio, con un acuerdo implícito de que los neandertales pudieron haber tenido algo llamado «complejidad cognitiva», pero careciendo de ese algo especial (es decir, ajuares funerarios, pintar en las paredes de las cuevas, dibujar animales). Esta clara solución persiste y cualquier nueva evidencia de los ricos comportamientos socioculturales de los neandertales se usa para respaldar la afirmación de que eran «cognitivamente complejos», lo que sea que eso signifique.

Por lo tanto, cuando se supo recientemente la noticia sobre la evidencia tentativa que surgió del sistema de cuevas de Rising Star (Sudáfrica) de que una pequeña especie de hominino lejanamente relacionada con los humanos modernos, Homo naledi, podría haber tenido los mismos comportamientos que antes se pensaba que eran exclusivos de los humanos, se presentaron reacciones animadas y escépticas. Aunque existe una clara necesidad de evaluar con solidez esta evidencia, también fomenta una reevaluación de cómo conceptualizamos los comportamientos «complejos» tanto en nuestra propia especie como en otros homininos. ¿Por qué percibimos ciertos comportamientos como “especiales”? ¿Es apropiado suponer una asociación directa entre ciertos comportamientos y una cognición “compleja”? ¿Podemos ir más allá de los umbrales dorados, a una comprensión más matizada de lo que nos dice este tipo de evidencia?

Aunque existe una clara necesidad de evaluar con solidez esta evidencia, también fomenta una reevaluación de cómo conceptualizamos los comportamientos «complejos» tanto en nuestra propia especie como en otros homininos.

¿Nueva evidencia en Rising Star Cave?

Las preimpresiones (pre-prints) publicadas por el equipo de investigación de Rising Star describen la posible evidencia de arte rupestre producido en la cueva y un entierro intencional de un individuo de H. naledi, ambos atribuidos a una fecha de 241,000 a 335,000 AP. Si se demuestra sólidamente que constitutyen evidencia convincente, estos hallazgos representarían los ejemplos más antiguos tanto de arte como de entierro intencional en el registro arqueológico. Sin embargo, una vez que los preprints fueron revisados por pares, muchos investigadores han expresado su preocupación por estas afirmaciones. Respecto a los posibles grabados de arte rupestre, varios arqueólogos han argumentado que la falta de fotografías macro y de alta resolución en las preimpresiones dificulta que otros investigadores evalúen si las marcas son antropogénicas o naturales. Las marcas identificadas como líneas grabadas tienen una forma similar a las fracturas naturales que ocurren en la dolomita, el tipo de roca que conforma el sistema de cuevas Rising Star. Las marcas de percusión parecen ser más convincentes de que pudo haber intencionalidad involucrada, pero sin una datación sólida que pueda atribuir con seguridad el «arte» a la edad que se afirma en la preimpresión, es difícil determinar si fueron producidas por H. naledi.

Además, independientemente de su posible validación como evidencia sólida para comprender el surgimiento de “comportamientos simbólicos”, como el arte o las prácticas funerarias – discutidas en el tercer preprint – estos hallazgos también alientan una reconsideración en la forma en que abordamos y comprendemos estos comportamientos en la evolución humana. Particularmente durante la última década, ha habido una avalancha de nueva evidencia que cuestiona el excepcionalismo de los llamados «comportamientos modernos», desafiando incidentalmente algunas de las suposiciones implícitas dentro de la investigación evolutiva humana sobre las implicaciones de este tipo de evidencia. Los hallazgos de Rising Cave, junto con su validación, también requieren una reevaluación de cómo conceptualizamos los llamados comportamientos «simbólicos».

Los hallazgos de Rising Cave, junto con su validación, también requieren una reevaluación de cómo conceptualizamos los llamados comportamientos «simbólicos».

¿Las marcas siempre tienen significado?

Una de las suposiciones fundamentales dentro de la investigación del arte paleolítico, y de hecho implícita en la discusión en torno a la posible evidencia de marcas en Rising Star, es que las marcas abstractas producidas intencionalmente deben haber tenido significado para sus creadores. Este salto conceptual parece inocuo, pero contiene algunos supuestos significativos, predominantemente el que las primeras marcas de este tipo son símbolos que contenían un significado más allá de su forma estética.

Hodgson ha presentado una perspectiva alternativa en su investigación sobre las primeras marcas abstractas producidas por H. sapiens en la cueva de Blombos. Su “teoría de la resonancia neurovisual” (NRT, por sus siglas en inglés) propone que, dado que el sistema visual está fundamentalmente preparado para identificar rápidamente contornos, líneas de intersección y bordes, a fin de procesar estímulos visuales en el mundo, este tipo de estímulos resonarían con el sistema visual e inducirían una respuesta de placer estético. Con relación al material de Blombos, Hodgson argumenta que la producción incidental de tales marcas, es decir, a través del raspado y pulido del ocre, habría estimulado esta respuesta de placer estético y, posteriormente, la producción intencional de marcas geométricas. Las marcas en sí mismas no tendrían significado, sino que representarían una exploración creativa de la capacidad de producir marcas intencionales en materiales, motivadas por respuestas de placer que se derivan de mecanismos fundamentales en el sistema visual.

Las marcas en sí mismas no tendrían significado, sino que representarían una exploración creativa de la capacidad de producir marcas intencionales en materiales, motivadas por respuestas de placer que se derivan de mecanismos fundamentales en el sistema visual.

Esta perspectiva tiene el potencial de desafiar algunas suposiciones de que los posibles grabados en Rising Star representan un «comportamiento de creación de significado». Dado que nuestros ancestros más cercanos, los chimpancés y los bonobos, procesan la información visual de la misma manera, quizás podamos suponer que H. naledi habría tenido un sistema visual similar que tenía preferencia por los estímulos visuales con bordes, contornos y líneas que se cruzan. La producción de marcas que contienen este tipo de información visual por parte de H. naledi puede, por lo tanto, representar una respuesta derivada del placer estético, tal vez surgiendo de instancias accidentales de producir tales marcas que gradualmente se convirtieron en la producción intencional y lúdica de marcas geométricas. No es necesario que contengan significado o que se hayan utilizado como símbolos; más bien, puede haber sido simplemente la producción de las propias marcas lo que fue agradable. De hecho, los chimpancés, cuando se les presentan materiales para pintar, parecen obtener placer de la capacidad de hacer marcas intencionales, aunque el comportamiento de marcado espontáneo aún no se ha registrado como tal en primates no humanos. Por lo tanto, aunque es muy probable que H. naledi fuera capaz de producir tales marcas, esto no indica necesariamente la producción intencional de símbolos (es decir, un motivo que tiene un significado abstracto no relacionado con su forma).

Por lo tanto, aunque es muy probable que H. naledi fuera capaz de producir tales marcas, esto no indica necesariamente la producción intencional de símbolos (es decir, un motivo que tiene un significado abstracto no relacionado con su forma).

Como se señaló en la tercera preimpresión publicada por el equipo de Rising Star, no hay necesidad de asociar teóricamente el comportamiento de creación de marcas con un aumento en el tamaño del cerebro de los homínidos; empero, igualmente, y contrariamente a sus discusiones, tampoco hay necesidad de asociar conductas de realización de marcas con nociones de complejidad cognitiva.

Es necesario ir más allá de las nociones de «complejidad cognitiva»

La evidencia tentativa de Rising Star fomenta una reevaluación crítica de la forma en que conceptualizamos la evidencia de comportamientos «complejos» particulares en el registro arqueológico. La tendencia a sacar conclusiones precipitadas sobre ciertos comportamientos que evidencian complejidad cognitiva (definida como la capacidad de realizar ciertos comportamientos) limita nuestra comprensión de las diferentes especies de homíninos dentro de un argumento circular y unidimensional. Además, el término «complejidad cognitiva» a menudo está pobremente definido y, por lo tanto, es inherentemente inútil: un científico cognitivo, por ejemplo, levantaría una ceja crítica ante la forma en que los arqueólogos y paleoantropólogos asumen que existe una «cognición compleja» que puede emplearse de manera útil en debates sobre las capacidades de los homininos.

Entonces, ¿dónde nos deja eso y qué significa esto para comprender a H. naledi? Fundamentalmente, esta nueva investigación es un claro recordatorio de que no deberíamos estar buscando evidencia que “pruebe” la complejidad cognitiva o cultural. Al reforzar continuamente las ideas de barreras doradas que demuestran la «complejidad» de una especie, pasamos por alto el potencial de desarrollar conocimientos más matizados sobre diferentes homininos que nos permita apreciarlos por derecho propio, en lugar de compararlos con nuestra propia especie. Es posible que H. naledi no haya producido símbolos intencionalmente ni enterrado a sus muertos, pero ¿qué, de hecho, sí hicieron? Otros datos recientemente descubiertos en Rising Star sugieren que H. naledi pudo haber usado fuego intencionalmente dentro de la cueva y esta evidencia parece más convincente que la presentada en las preimpresiones más recientes. Comprender este comportamiento con más profundidad, cómo y por qué H. naledi produjo fuego, tiene el potencial de arrojar nueva luz sobre esta especie, por ejemplo, sobre sus comportamientos de subsistencia (¿cocinaron alimentos?) o incluso sobre sus estrategias de supervivencia (¿el fuego ahuyentaba a los depredadores?). Este tipo de preguntas matizadas son más valiosas para comprender a nuestros primos homininos lejanos, que aquellas que los comparan injustamente con nuestro propio «excepcionalismo» autopercibido.

Este tipo de preguntas matizadas son más valiosas para comprender a nuestros primos homininos lejanos, que aquellas que los comparan injustamente con nuestro propio «excepcionalismo» autopercibido.

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